La poesía será la verdad

A menudo, en estas líneas hemos divagado sobre la persistencia de las formas de la ficción en toda imagen documental: que el cine tiende inevitablemente al relato, como si fuera una suerte de conocimiento mítico de nuestros tiempos. Pero la 25ª edición -enhorabuena- de L’Alternativa, el festival de cine independiente de Barcelona que se ha desarrollado este mes de noviembre en el CCCB y otros espacios, nos ha invitado a pensar más bien en el movimiento contrario, esto es, la tendencia a documentar la realidad que habita en todo relato. Es decir, L’Alternativa siempre parece girar en torno a la, digamos, relación del cinematógrafo con lo documental, pero este año nos ha transmitido algo así como un mensaje urgente y necesario: que la realidad importa, que esa naturaleza documental del cine es algo fundamental. Y lo ha hecho desde el mismo largometraje que inauguró la muestra, Entre dos aguas (Isaki Lacuesta).

La continuación de la historia vital de Isra y Cheíto, los hermanos protagonistas de la mitad gaditana de La leyenda del tiempo, fue comparada por Lacuesta con la serie de filmes de Truffaut sobre su Antoine Doinel (o Jean-Pierre Léaud). No obstante, ambos filmes, más la posibilidad expresada por el cineasta y por Isa Campo de que el relato continúe en el futuro, nos invitan a pensar también en el modelo de Richard Linklater, quien ha filmado una vida en un largometraje –Boyhood– y dos vidas cruzadas en tres largometrajes –Before Sunrise, Before Sunset, Before Midnight-. Como Truffaut y como Linklater, Lacuesta nos acaba ofreciendo un virtual documental sobre sus protagonistas, un film en el que se hace sentir el paso real del tiempo -que no su recreación cinematográfica con elipsis y flashbacks-. Siendo como es un cineasta tan inquieto y autoexigente, Lacuesta hace de Entre dos aguas un ejercicio de tensión constante entre un relato que se niega a evolucionar -los desvíos de la historia no se concretan, las pistolas no se disparan, las heridas no se curan, los planes no se materializan- y una captación franca y entusiasta de la vida y nada más, de la belleza que está ahí afuera.

Si Lacuesta nos explica la realidad que rodea a sus ragazzi di vita, otros cineastas que han comparecido en L’Alternativa han optado por hablarnos en primera persona y hacer de sus películas un artefacto con el que documentar o indagar sus propias vidas, sus pasados, los demonios de su vida interior. Ha sido el caso de la ganadora del gran premio del festival, El silencio es un cuerpo que cae, donde Agustina Comedi nos habla del descubrimiento de la vida amorosa de su difunto padre, que deriva en la revelación nada menos que de las manos que la trajeron al mundo, las del hombre al que su padre amó. Comedi nos muestra fotografías y vídeos de su progenitor y parece observar, por así decirlo, lo que de documental hay en las imágenes documentales, es decir, la luz que arrojan entre líneas sobre la verdadera vida de un hombre ya desaparecido. Y halla una incisiva imagen poética en la filmación de una tradición argentina consistente grosso modo en marear a unos pobres caballos, imagen de impotencia que se repite casi exactamente en la secuencia final de Trote, de Xacio Baño, que filma la fiesta gallega de la rapa das bestas. Dos digresiones hacia lo puramente documental que devienen puramente poéticas.

La ganadora de una mención del jurado The Image You Missed (Donal Foreman) nos habla de nuevo en primera persona del padre del cineasta, también director de cine. Foreman vuelve a su padre y vuelve a sus imágenes para reencontrarse con la historia de Irlanda del Norte. The Image You Missed nos introduce en lo que ha sido otro de los rasgos recurrentes del cine que hemos visto este año en L’Alternativa, que es la cercanía entre el espíritu del cine documental y el periodismo, dos valores aparentemente a la baja hoy en día. En este valioso ensayito autobiográfico de Foreman, el sentido periodístico e histórico de las imágenes trasciende y se convierte en una verdad íntima, esencial, algo que recupera la experiencia política y estética del mundo. Nos devuelve un sentido del compromiso que también respira en las imágenes de Black Mother (Khalik Allah, premio de la crítica), que no trata sobre el Ulster sino sobre Jamaica, de su historia y, sobre todo, de sus gentes. Debemos hablar de nuevo de una libre poética, la que halla Allah mediante una disonancia entre el audio y la imagen, una belleza que resalta el profundo valor cinematográfico del primer plano, pues casi todo el film se compone de retratos, lo mismo que el cortometraje Vecines del colectivo Laboratorio Reversible, que no nos lleva a su vez al barrio del Poble Sec para hablarnos de la vulneración del derecho a la vivienda en la Barcelona actual. Aunque uno prefiere las imágenes de Black Mother porque, como las de Entre dos aguas, nos transmiten una confianza contagiosa en la belleza del mundo, en lo que la realidad aporta a las imágenes más que en el sentido del discurso del cineasta.

Pero, si hay un cineasta que nos ha hablado en primera persona en el festival, ha sido obviamente Boris Lehman, de quien se ha visto una selección de tres títulos, el último de los cuales, Funérailles (De l’art de mourir), nos deja una interrogación sobre la voluntad de permanencia del cineasta. En la escena más importante, Lehman reproduce en off el fragmento de la famosa carta de Franz Kafka en la que pide a su amigo Max Brod que incinere su obra mientras él mismo quema en un descampado decenas de ejemplares de libros del autor. Más adelante, Lehman se filma a sí mismo esparciendo las bobinas de sus propias películas en una playa de Normandía y quemándolas a continuación: frente a la idea de un legado, el arte de morir de Lehman reivindica lo efímero de la obra artística y la disolución en la nada como último gesto de radicalidad, igual que esas pinturas de Joan Miró en el Colegio de Arquitectos de Barcelona que son borradas al instante frente a la cámara de Pere Portabella en Miró, l’altre.

My Darling Clementine

En las antípodas de las exequias adelantadas de Boris Lehman, < 3 (María Antón Cabot) deviene una celebración de la primavera de la vida que ejemplifica como ningún otro film del festival esa deriva de la ficción hacia el documental, pues empieza con la puesta en escena de un diálogo sobre chicos y enamoramientos entre dos amigas y muta en una versión actual de los Comizi d’amore de Pasolini. Las dos almas de la película se funden y, mientras decenas de adolescentes y jóvenes comparecen frente a la cámara para explicar sus ideas sobre el deseo y los sentimientos, nuestra heroína recorre el parque del Retiro de Madrid en busca del amor fortuito. Y asistimos así, a la vez, a la belleza del mundo y de los cuerpos, filmada efectivamente con una fascinación pasoliniana, y a las cuitas del personaje que encarna con un carisma poco común Clementina Gades, casi una versión local de la Greta Gerwig más pizpireta y divertida.

Si < 3 resulta una crítica de la razón millennial, Mon amour, mon ami (Adriano Valerio, mención especial en la categoría de cortometrajes) nos describe el romance esquivo entre dos maduros lumpenproletarios, y nos recuerda que la historia de amor es la ficción por antonomasia pero la enrarece al empaparla de realidad, realidad en su máxima aspereza. Es decir, también se mueve hacia la naturaleza documental del cine para encontrarse con una verdad más estética que fáctica. Cabot y Valerio, además, nos introducen en otro de las aspectos esenciales de lo que hemos visto en L’Alternativa, que es la constatación de que el cine es también algo tan simple, tan esencial como mirar a personas haciendo cosas. ¿Hace falta algo más que filmar a los chicos que cuidan de su abuela en América, de Erick Stoll y Chase Whiteside (premio Don Quijote), para hablarnos de la condición humana tout court? Y ha sido una bella coincidencia la de Porque la sal (Cardozo Basteiro, premio del público al mejor cortometraje) y El mar inmóvil (Macu Machín), dos filmes que encuentran en el paisaje de las salinas y en sus gentes la materia con la que filmar la presencia de la humanidad en la tierra y su relación con ella; si las sumamos al caso de Autour des salines, de Jacinto Esteva, uno está tentado de proclamar que ha nacido un subgénero.

Otros cortometrajes han sido igualmente puros y esenciales, y nos han ofrecido la filmación de oficios, de ejercicios físicos, de acciones rutinarias, como si volviéramos a ver esas cosas con la atracción con la que las miramos de pequeños. Es el caso de Los que desean (Elena López Riera), sobre una bizarra competición de palomos copuladores, o Las fuerzas (Paola Buontempo), que nos lleva al mundo de las carreras hípicas igual que Mountain Plain Mountain (Daniel Jacoby, Yu Araki), un paso más cerca de la abstracción. Precisamente, otros cortometrajes más abstractos, o más ensayísticos, se cuentan entre lo mejor que se ha visto este año en el festival. Es el caso de Optimism (Deborah Stratman, premio al mejor cortometraje) una mixtura libre y alegre de documental, ficción y footage sobre la quimera del oro que nos conduce al alma soterrada del western. El género también subyace bajo las imágenes de Sharaa Al-Mawt (Karam Ghossein), que es casi un thriller agazapado bajo la forma de un diario documental. Y el uso más inteligente de la primera persona reaparece también en This My Favorite Mural (Michael Arcos), una extraña indagación urbana que sugiere más de lo que muestra, que estimula los cuestionamientos del espectador ante lo que está viendo. Como dijo una de las jóvenes programadoras de L’Alternativa al presentar la interesantísima Una vez la noche (Antonia Rossi), lo más atractivo del cine es ese misterio que permanece tras las películas, aquello que no queda groseramente explicado y hace crecer el cine en nuestra memoria. Mencionemos a vuelapluma, por cierto, que en el festival se han podido ver de nuevo las Trinta lumes de Diana Toucedo.

Acabo con la imagen única de Las nubes (Juan Pablo González), que nos muestra la visión frontal de un coche que avanza por un camino rural en México como si se tratara de un plano de Kiarostami y, en la parte superior de la pantalla, el espejo retrovisor que nos permite ver los ojos del hombre que nos relata sus cuitas con las bandas criminales. El trayecto y el reflejo de quien lo narra: una forma retórica de filmar el sentido mismo de la modernidad cinematográfica. O quizás una manera de plasmar el sentido documental de la imagen cinematográfica, a la que nos hemos referido en estas líneas. Y las nubes del título están ahí, al fondo de la imagen, significando todo y nada a la vez. Viendo éste y otros filmes de L’Alternativa, he recordado estos días el indeleble final de Viaggio in Italia, al que justamente Nathaniel Dorsky se refiere en estos términos en El cine de la devoción (Lumière): “Desde la catarsis climática de Ingrid Bergman y George Sanders abrazados, se corta a un detalle aparentemente insignificante, a un agente municipal uniformado entre el desfile de la multitud. El vacío de este extraño y cautivador plano es completamente conmovedor” (P. 55). Rossellini inició ahí nuestro viaje hacia la realidad.

No recuerdo dónde leí una frase de Víctor Erice en la que aventuraba que el cine tal vez acabará ocupando un espacio parecido al que mantiene la poesía en la literatura actual, es decir, el refugio minoritario de una belleza esencial de la que ya se han alejado todas las tendencias más o menos comunes, los gustos y usos mayoritarios. Quizás ese momento ya ha llegado y el cine significa hoy, en medio de un torrente audiovisual tan fragmentario como carente de valor, un sentido especial de la belleza, poesía de la imagen apegada a una cierta noción de la verdad. El cine es y será un refugio contra la postverdad, una poética alternativa -efectivamente, l’alternativa– en un audiovisual en el que la mentira será por mucho tiempo el idioma del sistema, un idioma del que participa una masa mucho más amplia de lo que pretende nuestra ínclita clase media, tan pagada de sí misma. Frente a los adictos a las redes sociales y los ultracríticos con el periodismo, frente a los patrioteros de todo signo y a los que dicen estar más allá de las ideologías, frente a los apóstoles de la modernez (lo contrario de la modernidad) y los beatos de la espiritualidad low cost, frente a la banalidad del mal que avanza sin cesar, el cine será la alternativa, será la verdad, será una poética resistente en un mundo en el que la belleza habrá sido proscrita. Ahí estaremos.

 

 

< 3 / Teaser #1 from DVEIN Films on Vimeo.

The Image You Missed teaser trailer from Donal Foreman on Vimeo.

 

Aún estamos todos aquí

En el principio, fue Djibril Diop Mambéty. El cineasta senegalés fue objeto de un homenaje en L’Alternativa 2014, festival de cine independiente que ha celebrado su 21ª edición este mes de noviembre en Barcelona. Su film Touki Bouki (1973) abrió la muestra y pareció que sus libérrimas imágenes marcaran la pauta de todo lo que se vio después. La estimulante selección exhibida en L’Alternativa representó, más que un descubrimiento, una reafirmación de los tropos y tendencias de un cine de hoy que, errabundo, transita entre las ruinas del pasado y la emergencia de un nuevo sueño.

Ésa sería, grosso modo, la definición de Hotel Nueva Isla (Irene Gutiérrez), algo así como un cruce entre Stray Dogs y Edificio España. Pero, de la misma manera que Gutiérrez sitúa a sus personajes en un derrelicto inmueble de La Habana donde subsisten en un estado indefinido entre la extinción y el nuevo comienzo, otros filmes de L’Alternantiva se nutren de las ruinas del cine: el denso poso de imágenes acumulado sobre el que se erige el cine de nuestro tiempo. A deusa branca (Alfeu França), simbiosis en este caso de Apocalypse Now y Aguirre, der Zorn Gottes, encuentra su forma en el corazón de la selva y en el uso y recreación de imágenes de footage. Algo parecido hace Maria Kourkouta en el poema cinematográfico Epistrofi stin odo Aiolou, uno de los filmes más bellos y extraños del festival, o Jay Rosenblatt en The Claustrum (premio al mejor cortometraje), irónica exaltación de un cierto extravío lunático como liberadora forma cinematográfica.

Digamos que “los materiales” son una preocupación central de nuestra modernidad: ¿con qué mimbres se hace el cine de ahora? Además de imágenes del pasado, los filmes de ahora persisten en usar imágenes documentales. Si algo quedó palmariamente reflejado en L’Alternativa, es que ya nadie dibuja la frontera entre documental y ficción en la cartografía del cine actual. ¿Cómo describir las imágenes de La reina, de Manuel Abramovich, filmado en opresivos primeros planos de la protagonista que recuerdan a la Rosetta de los hermanos Dardenne? El mismo recurso marca Slimane, de José Ángel Alayón, donde también puede uno dudar, hasta un cierto punto del metraje, sobre la naturaleza documental de lo que está viendo.

Pero es Al doilea joc, de Corneliu Porumboiu, la película más sorprendente y radical en el uso de imágenes añejas, documentales y, debido al tratamiento casi museístico que les da el realizador, poderosamente evocadoras. Sólo vemos la completa retransmisión de un partido de fútbol entre el Steaua y el Dinamo de Bucarest jugado en 1988 mientras oímos los comentarios de Porumboiu y su padre, que fue el árbitro de aquel encuentro. Con tan sencillos ingredientes, que nos recuerdan una vez más a la austera y magistral Numéro zéro de Eustache, asistimos a un rico diálogo con las imágenes del pasado en el que conviven la vigencia y la caducidad, la verdad y la falsificación, el tributo y la enmienda. Mordaz, inteligente, vivísimo, el film hace que cada plano y cada frase, por su contacto entre sí, adquieran una nueva dimensión, como es el caso de los comentarios del padre de Porumboiu criticando sus propias decisiones arbitrales 26 años después. O el chiste sobre sí mismo que hace el cineasta al decir que el partido (cero a cero) se parece “a una película mía: es largo y no pasa nada”.

Al doilea joc (“el segundo juego”), además, incide en otro de los rasgos indiscernibles del cine actual: la expresión en primera persona. Dos cineastas gallegos, Diana Toucedo y Xacio Baño, presentaron sendos cortometrajes donde su propia voz, íntima y personal, dialoga con sus progenitores. En forma epistolar y como descripción de una ausencia, en el caso de Imágenes secretas (Toucedo), y en forma de contacto e irónica puesta en escena en el caso de Ser e voltar (Baño, laureado con el premio del público y una mención especial del jurado). En otros filmes de la muestra, aparece también como tema capital el diálogo con los orígenes pero para describir la contraposición entre Norte y Sur, entre un terruño cargado de autenticidad y una desapacible tierra de acogida. Es el caso de Brûle la mer (Nathalie Nambot y Maki Berchache, francotunecinos) y Go Forth (Soufiane Adel, francoargelino), obras también en primera persona donde la ficción se construye sobre lo documental… o viceversa.

Por su parte, el brasileño Gabriel Mascaro filma la cercanía y la tensión entre el reino de los vivos y el de los muertos en Ventos de agosto, otro de los grandes filmes del festival. De un lado, la exuberancia de la juventud, los bellos cuerpos al sol de sus protagonistas; del otro, la emergencia de un cadáver, aviso de la ineluctable decadencia de nuestras vidas e ilusiones. El muerto y ser infeliz, podría haberse titulado el film, en el que conviven, como en Hotel Nueva Isla, una incierta ilusión y una tangible melancolía. Más o menos como en Ben O Değilim, del turco Tyfun Pirselimoğlu (premio al mejor largometraje), que quiere explotar un cierto ejercicio del misterio y jugar con la crisis del yo y la resurrección de los muertos a lo Vertigo.

Lo importante no es si todos esos filmes son catalogables como alternativos o independientes, sino que representan una conquista al asentar formas de expresión con las que el cine de ahora puede hallar una cierta verdad. No es casualidad que muchos de los cineastas programados incidan en el tema de la lucha de clases (menciono a vuela pluma La Vie de chantier, de Yann Pierre, literalmente una puesta en escena documental sobre movimiento obrero): ante el rápido desarrollo de la sociedad audiovisual a nuestro alrededor, el cine sigue siendo una cuestión política, todo plano es una cuestión moral. Por eso, quiero acabar citando el impactante último largometraje de Harun Farocki (1944-2014), Sauerbruch Hutton Architects.

Acompañando a los reputados arquitectos que dan nombre al film, Farocki nos invita a un viaje alucinante a corazón del capitalismo del siglo XXI. Vemos un mundo de diseño y para el diseño, el laboratorio donde se gesta el alma de un sistema que parece inspirado en las asépticas y diáfanas formas de Ikea, una utopía new age en la que incluso la novísima izquierda no quiere llamarse izquierda porque prefiere la límpida mercadotecnia, el discurso, la marca… Sauerbruch Hutton Architects es un documento fascinante y aterrador sobre la Europa del vacío en la que habitamos.

Es importante, en suma, explorar las imágenes, indagar en nuestra identidad, dialogar con el pasado y con el futuro, y proclamar al fin que Nous sommes tous encore ici, como dice el título del film de Anna-Marie Miéville[i]. El cine es importante.

25-XI-2014

http://www.alternativa.cccb.org/2014/es/

[i] L’Alternativa ha programado una retrospectiva sobre Miéville que se puede seguir aún en la Filmoteca de Barcelona. À ne pas perdre.