Aún estamos todos aquí

En el principio, fue Djibril Diop Mambéty. El cineasta senegalés fue objeto de un homenaje en L’Alternativa 2014, festival de cine independiente que ha celebrado su 21ª edición este mes de noviembre en Barcelona. Su film Touki Bouki (1973) abrió la muestra y pareció que sus libérrimas imágenes marcaran la pauta de todo lo que se vio después. La estimulante selección exhibida en L’Alternativa representó, más que un descubrimiento, una reafirmación de los tropos y tendencias de un cine de hoy que, errabundo, transita entre las ruinas del pasado y la emergencia de un nuevo sueño.

Ésa sería, grosso modo, la definición de Hotel Nueva Isla (Irene Gutiérrez), algo así como un cruce entre Stray Dogs y Edificio España. Pero, de la misma manera que Gutiérrez sitúa a sus personajes en un derrelicto inmueble de La Habana donde subsisten en un estado indefinido entre la extinción y el nuevo comienzo, otros filmes de L’Alternantiva se nutren de las ruinas del cine: el denso poso de imágenes acumulado sobre el que se erige el cine de nuestro tiempo. A deusa branca (Alfeu França), simbiosis en este caso de Apocalypse Now y Aguirre, der Zorn Gottes, encuentra su forma en el corazón de la selva y en el uso y recreación de imágenes de footage. Algo parecido hace Maria Kourkouta en el poema cinematográfico Epistrofi stin odo Aiolou, uno de los filmes más bellos y extraños del festival, o Jay Rosenblatt en The Claustrum (premio al mejor cortometraje), irónica exaltación de un cierto extravío lunático como liberadora forma cinematográfica.

Digamos que “los materiales” son una preocupación central de nuestra modernidad: ¿con qué mimbres se hace el cine de ahora? Además de imágenes del pasado, los filmes de ahora persisten en usar imágenes documentales. Si algo quedó palmariamente reflejado en L’Alternativa, es que ya nadie dibuja la frontera entre documental y ficción en la cartografía del cine actual. ¿Cómo describir las imágenes de La reina, de Manuel Abramovich, filmado en opresivos primeros planos de la protagonista que recuerdan a la Rosetta de los hermanos Dardenne? El mismo recurso marca Slimane, de José Ángel Alayón, donde también puede uno dudar, hasta un cierto punto del metraje, sobre la naturaleza documental de lo que está viendo.

Pero es Al doilea joc, de Corneliu Porumboiu, la película más sorprendente y radical en el uso de imágenes añejas, documentales y, debido al tratamiento casi museístico que les da el realizador, poderosamente evocadoras. Sólo vemos la completa retransmisión de un partido de fútbol entre el Steaua y el Dinamo de Bucarest jugado en 1988 mientras oímos los comentarios de Porumboiu y su padre, que fue el árbitro de aquel encuentro. Con tan sencillos ingredientes, que nos recuerdan una vez más a la austera y magistral Numéro zéro de Eustache, asistimos a un rico diálogo con las imágenes del pasado en el que conviven la vigencia y la caducidad, la verdad y la falsificación, el tributo y la enmienda. Mordaz, inteligente, vivísimo, el film hace que cada plano y cada frase, por su contacto entre sí, adquieran una nueva dimensión, como es el caso de los comentarios del padre de Porumboiu criticando sus propias decisiones arbitrales 26 años después. O el chiste sobre sí mismo que hace el cineasta al decir que el partido (cero a cero) se parece “a una película mía: es largo y no pasa nada”.

Al doilea joc (“el segundo juego”), además, incide en otro de los rasgos indiscernibles del cine actual: la expresión en primera persona. Dos cineastas gallegos, Diana Toucedo y Xacio Baño, presentaron sendos cortometrajes donde su propia voz, íntima y personal, dialoga con sus progenitores. En forma epistolar y como descripción de una ausencia, en el caso de Imágenes secretas (Toucedo), y en forma de contacto e irónica puesta en escena en el caso de Ser e voltar (Baño, laureado con el premio del público y una mención especial del jurado). En otros filmes de la muestra, aparece también como tema capital el diálogo con los orígenes pero para describir la contraposición entre Norte y Sur, entre un terruño cargado de autenticidad y una desapacible tierra de acogida. Es el caso de Brûle la mer (Nathalie Nambot y Maki Berchache, francotunecinos) y Go Forth (Soufiane Adel, francoargelino), obras también en primera persona donde la ficción se construye sobre lo documental… o viceversa.

Por su parte, el brasileño Gabriel Mascaro filma la cercanía y la tensión entre el reino de los vivos y el de los muertos en Ventos de agosto, otro de los grandes filmes del festival. De un lado, la exuberancia de la juventud, los bellos cuerpos al sol de sus protagonistas; del otro, la emergencia de un cadáver, aviso de la ineluctable decadencia de nuestras vidas e ilusiones. El muerto y ser infeliz, podría haberse titulado el film, en el que conviven, como en Hotel Nueva Isla, una incierta ilusión y una tangible melancolía. Más o menos como en Ben O Değilim, del turco Tyfun Pirselimoğlu (premio al mejor largometraje), que quiere explotar un cierto ejercicio del misterio y jugar con la crisis del yo y la resurrección de los muertos a lo Vertigo.

Lo importante no es si todos esos filmes son catalogables como alternativos o independientes, sino que representan una conquista al asentar formas de expresión con las que el cine de ahora puede hallar una cierta verdad. No es casualidad que muchos de los cineastas programados incidan en el tema de la lucha de clases (menciono a vuela pluma La Vie de chantier, de Yann Pierre, literalmente una puesta en escena documental sobre movimiento obrero): ante el rápido desarrollo de la sociedad audiovisual a nuestro alrededor, el cine sigue siendo una cuestión política, todo plano es una cuestión moral. Por eso, quiero acabar citando el impactante último largometraje de Harun Farocki (1944-2014), Sauerbruch Hutton Architects.

Acompañando a los reputados arquitectos que dan nombre al film, Farocki nos invita a un viaje alucinante a corazón del capitalismo del siglo XXI. Vemos un mundo de diseño y para el diseño, el laboratorio donde se gesta el alma de un sistema que parece inspirado en las asépticas y diáfanas formas de Ikea, una utopía new age en la que incluso la novísima izquierda no quiere llamarse izquierda porque prefiere la límpida mercadotecnia, el discurso, la marca… Sauerbruch Hutton Architects es un documento fascinante y aterrador sobre la Europa del vacío en la que habitamos.

Es importante, en suma, explorar las imágenes, indagar en nuestra identidad, dialogar con el pasado y con el futuro, y proclamar al fin que Nous sommes tous encore ici, como dice el título del film de Anna-Marie Miéville[i]. El cine es importante.

 

http://www.alternativa.cccb.org/2014/es/

 

[i] L’Alternativa ha programado una retrospectiva sobre Miéville que se puede seguir aún en la Filmoteca de Barcelona. À ne pas perdre.