Celebración de la ficción

Hit Man vuelve a poner en evidencia cuán engañosa es la aparente ligereza del cine de Richard Linklater. En sus primeros compases, puede incluso parecer una comedia bastante boba. Y la puesta en escena muestra aspectos muy convencionales, incluso auténticos costurones: el trabajo de los intérpretes es francamente discreto, hay acordes de música incidental que parecen sacados de un telefilm, el uso de la grúa causa a veces sonrojo de tan tópico que resulta… No obstante, el film no tarda en convertirse en un artefacto fascinante. En su primer tercio, porque esta historia de un apocado profesor universitario que actúa a deshoras como policía infiltrado se convierte en un elogio de la ficción conducido por un cuerpo incesantemente transformista, como si estuviéramos ante un remedo bufo de Holy Motors. Y después, desde que comparece una femme fatale 2.0 en la función, porque Hit Man resulta un reverso socarrón de Double Indemnity, Human Desire o The Postman Always Rings Twice. Socarrón e, insistamos, engañosamente ligero.

Ese tono alegre y simpaticón que comparten ésta y todas las películas de Linklater es una faceta crucial de su cine porque, tras esa afectada bonhomía, hay una relación densa y llena de matices con la tradición del cine clásico. Y con el cine, sin más. En consonancia con todas las olas de la modernidad cinematográfica, el realizador texano pone distancia respecto a las formas al uso del cine y, a la vez que las rebasa, les rinde tributo. Hit Man es una inteligente vulneración del cine negro pero es también una manera de homenajearlo y darle continuidad o, simplemente, una voz diferente, irónica, como han hecho también en algunos de sus films los hermanos Coen. Linklater está celebrando la ficción como cineasta y como espectador, un discurso muy congruente con el de su anterior realización, Apollo 10 ½: A Space Age Childhood. Es vital, en ese sentido, la secuencia en la que encadena multitud de imágenes de thrillers clásicos y modernos, polars franceses y películas de James Bond, etc. Hit Man no es sólo una comedieta sobre un nuevo Nutty Professor que conquista a la chica transfigurado en tipo duro: es todo un tratado sobre nuestra experiencia ante el género negro y, en particular, ante la figura del sicario.

Cuando imparte sus clases en la universidad, el protagonista plantea a sus alumnos juicios morales ante hipotéticos casos penales. ¿Qué justicia aplicar ante un asesino en determinadas circunstancias? De facto, estamos ante el hacedor de una puesta en escena que cuestiona al público acerca de sus reacciones y pulsiones. ¿Sentimos compasión por los asesinos, deseos de venganza, un instinto atávico de justicia sangrienta? ¿Qué proyectamos en la pantalla como espectadores? El falso sicario de Hit Man no para de hablar de psicología y de Jung en clase, reflexiona con sus pupilos acerca de la personalidad del individuo y, de hecho, cuida en casa de dos gatos llamados Ego e Identidad. Linklater parece subrayar el hecho de que el cine negro y todas sus derivaciones nos sitúan ante nuestra íntima complejidad ética y nos impelen a proyectar cosas que no tienen cabida en nuestro civilizado y anodino día a día (¿quién no se ha puesto fervorosamente a favor de los Corleone en la trilogía The Godfather?). Y evitaremos el spoiler pero nos permitiremos comentar que Hit Man, como otros títulos de la filmografía de Linklater -pienso en esos falsos productos juveniles que son School of Rock y Bad News Bears-, no se retira hacia una reconfortante y aleccionadora moral sino que, por el contrario, abraza un desenlace rigurosamente incorrecto desde el prisma del Hollywood biempensante de cada día.

Todo lo cual puede considerarse también una meditación entre líneas sobre la belicosidad enfermiza del espíritu americano, esa afición por las armas y la ley del talión que hunde sus raíces en el tiempo mítico fundacional de la conquista del Oeste. Nunca perdamos de vista que el cineasta de Austin nos habla del alma americana desde sus profundidades, esto es, como un gran conocedor de todo ese tribalismo soez que a veces caricaturizamos desde nuestra distancia. Linklater, como Pasolini, siente una compasión contagiosa por los humildes imperfectos, por los desheredados conmovedoramente grotescos. Y, en consonancia con esa piedad, nos habla en tono liviano, sin grandes demostraciones de moral o estética. No las necesita. Hecho que lo equipara a cineastas como Paul Schrader, Brian de Palma o Francis Ford Coppola, en cuyas últimas realizaciones observamos una nula preocupación por la perfección formal. Muy al contrario, prefieren ser directos, incluso brutos, ahora que han llegado a una fase muy avanzada de sus respectivas filmografías. Y, en cierto sentido, ese estilo ha estado siempre ahí y capta algo muy esencial del cine americano clásico, en el que un determinado movimiento de cámara o una frase musical nos pueden parecer, aisladamente, un tópico tedioso pero, en conjunto, la película muestra una rigurosa harmonía. La composición final está perfectamente armada, todo encaja y el resultado es fascinante. Linklater, en fin, conjuga un cine que puede despistar, parecer pobre o desmañado, pero es en realidad de una densidad sobrecogedora; y películas como Hit Man tienden inteligentemente un puente de oro entre el Hollywood clásico y nuestros turbulentos años veinte.

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