D’A 2024 – Temblarás por mí

Ya en el 2020 nos preguntábamos qué incidencia tendría la pandemia de COVID-19 en el cine, cómo lo transformaría. Cuatro años más tarde, a la vista de lo que ha programado el festival de cine de autor de Barcelona, podemos constatar que la pandemia se ha convertido en un motivo recurrente. Hemos visto una y otra vez figuras con mascarilla quirúrgica recorriendo el plano y las películas del D’A 2024 han abundado en la idea de vivir -y hacer cine- en las circunstancias impuestas por el dichoso coronavirus. Lo cual convierte a MMXX (2023) en el largometraje más emblemático del certamen. SIGUE LEYENDO EN http://cinentransit.com/da-2024/

Por qué los cincuenta

No se tomen la molestia de buscarla en Google Maps: Asteroid City no existe. El nuevo largometraje de Wes Anderson transcurre en un no lugar, una localidad colorista e irreal formada por hileras de viviendas insulsas e idénticas entre sí en mitad de un desierto igual de fantasioso. Como el suntuoso parador en Mittleeuropa de The Grand Budapest Hotel, como el París de The French Dispatch; el cine de Anderson renuncia abiertamente a un cierto tipo de realismo y prefiere ubicarse en una suerte de, digamos, espacios simbólicos formados por los sedimentos de una vasta cultura común para, así, compartir una distancia socarrona y autoconsciente con el espectador. Asteroid City, pues, no es una villa imaginaria sino una pura abstracción, como si todo el cine americano se hubiera transfigurado en un paisaje extraño, casi onírico, con amplios horizontes rectilíneos como los de una pintura de Dalí y tonalidades cálidas y contrastadas como las de una novela gráfica.

Asteroid City está en mitad del desierto pero es un lugar de paso que convoca a multitud de personajes variopintos y fenómenos harto significativos. Estamos en plena década de los cincuenta y, a escasos kilómetros del núcleo urbano, se levantan grandes hongos de polvo provocados por aparatosos ensayos nucleares. Asteroid City parece tener también, como su nombre indica, una conexión especial con el espacio exterior, cosa que la convierte en una localización propicia para el avistamiento de platillos voladores. La guerra fría, los ovnis, las llanuras inagotables del western en Cinemascope: quizás es el cine americano de los años cincuenta lo que representa ese espacio abstracto que conforma Asteroid City. Década que, de hecho, es el centro informal de todo el cine americano, un momento privilegiado para observar cómo las formas del Hollywood clásico se confundían con otras más inestables, cuando los paisajes de The Searchers, la atmósfera singular de los melodramas de Douglas Sirk o la manera de poblar la imagen de los cuerpos de Kirk Douglas o Marilyn Monroe parecían transmitir entre líneas algo sutilmente desestabilizador.

Por lo tanto, los años cincuenta -que son también los de la expansión de la televisión, el hábito doméstico de la pequeña pantalla que no ha hecho más que sofisticarse más y más hasta nuestros días- son un pertinente punto de partida para empezar a hablar tanto de la muerte del cine como de su radical impugnación. Ahí, justo antes de las Shadows de John Cassavetes o de la Nouvelle Vague francesa, en plena maduración de algo que podemos llamar cine moderno, Wes Anderson puede atisbar un origen remoto de su propio cine o, mejor dicho, de esa actitud irónica y distanciada con la que se acerca a las ficciones del Hollywood clásico y de, más en general, todo un extenso mundo narrativo -novelas, cómics, los mitos y caracteres del género de aventuras, etc.- que ha conformado nuestra educación sentimental. Que es también una manera de observar con los ojos entornados las miserias y grandezas de la estirpe humana en general y, en particular, la sociedad estadounidense en un momento muy significativo, pues los cincuenta son unos años arcádicos que el imaginario americano asocia a una prosperidad y un optimismo singulares, un edén pasajero entre la Segunda Guerra Mundial y Vietnam.

Todo eso es recreado por Anderson con su providencial ironía, es decir, mediante actores hieráticos como los modelos de Bresson que declaman con la misma fatiga que los personajes de Kaurismäki y que se desplazan mecánicamente por el escenario como si se tratara de una obra de Brecht. En ese roce entre el tedio y la exaltación, es decir, entre la displicencia de los seres y la exuberancia del decorado, se encuentra el tono exacto del cine de Anderson, a la vez paródico y tributario, mordaz y conmovedor. Asteroid City, en fin, es el tipo de film que nos hace sentir que, a pesar de los pesares, el cine americano no ha perdido ni un ápice de su aliento.