Nostalgia o comunicación

En el prólogo de la película, el fragmento de un partido de béisbol entre púberes nos obliga en pocos minutos a desarrollar una serie de empatías y antipatías y a modificarla acto seguido; justo después de los créditos iniciales, un folletín de ambiente high school típicamente norteamericano deriva en relato de terror con la doble presencia monstruosa de un padre alcohólico y maltratador por un lado y, por el otro, un imitador del Joker batmaniano que secuestra a jovencitos sin ninguna motivación evidente; y luego, en el cuerpo central de la película, la crónica de un cautiverio se convierte extrañamente en una historia de fantasmas donde los muertos asustan pero, a la vez, ayudan.

Exótico cruce entre The Sixth Sense (M. Night Shyamalan) y Le Trou (Jacques Becker), The Black Phone (Scott Derrickson) no sólo da varios quiebros estimulantes sino que quiere ser también un rico contenedor de reminiscencias de todo el cine americano de terror desde los años setenta hasta ahora. Transcurre en 1978, alude explícitamente a The Texas Chain Saw Massacre -uno de tantos títulos añejos que ha vivido recientemente una secuela innecesaria, inane e impersonal- y se nutre de muchas otras cosas, quizás de toda un linaje de cine sobre víctimas bisoñas que va de M – Eine Stadt sucht einen Mörder (Fritz Lang) a It (Tommy Lee Wallace, más el remake de turno a cargo de Andy Muschietti).

Es también The Black Phone una película dotada de un ritmo narrativo muy notable y de algunos momentos originales e impactantes. Pero adolece del prurito más común en el cine comercial de hoy, a saber: a medida que se desarrolla, tiende a embrollarse y a perder interés. Todo lo que puede resultar sugerente se sitúa en la primera mitad del metraje, mientras que la segunda va languideciendo y parece finalmente cumplimentar el compromiso de cerrar el film narrativa y moralmente, no vaya a resultar demasiado pesimista, abierto o desconcertante.

Decíamos recientemente que el cine comercial hollywoodiense de nuestros días parece interpelar a un público formado por espíritus adolescentes de todas las edades. Diríase que el género fantástico quiere complacer no tanto a la juventud como a determinadas generaciones, de los boomers a los que engrosamos la generación X, gente que vio en directo la caída del muro de Berlín y vivió el advenimiento de internet y que, sobre todo, creció frente a la pantalla pequeña, consumiendo televisión y vídeo doméstico en cantidades ingentes y cimentando una cultura audiovisual bien nutrida de fantaciencia, efectos especiales progresivamente aparatosos y adicción a los videojuegos. Por eso ocupa un lugar preeminente en el imaginario colectivo el género fantástico de todo tipo: la ciencia ficción, la espada y brujería desde el Conan de John Milius hasta el tostón de los anillos de Peter Jackson, los slashers y una amplia gama de psychokillers que van del Michael Myers de Halloween al Hannibal Lecter de The Silence of the Lambs… Buena parte de todo ese humus cinematográfico se encuentra, como decíamos, bajo los cimientos de The Black Phone.

La cuestión es que, más que un arte en peligro de extinción, un catalizador de nostalgias o una forma de resistencia del tipo que sea, el cine de hoy es sobre todo una relación constante con todo el cine anterior. Y ese permanente retorno al pasado produce a la vez monstruos y obras maestras, productos mortuorios y deslumbrantes revitalizaciones. No sólo en Hollywood sino también en otros cines que escuchan con atención las reverberaciones de la tradición acumulada en las imágenes de hoy. Es el caso de alguien tan aparentemente alejado de todo lo antedicho como Olivier Assayas. De hecho, Assayas es, junto a Arnaud Desplechin, quien dialoga con más provecho, en el seno del cine francés, con la tradición del cine americano clásico, popular, hegemónico. En ese sentido, Assayas y Desplechin toman el relevo de los cineastas nouvellevaguianos, tan atentos al cine de Hollywood y su influencia.

Assayas ha realizado una nueva versión de su Irma Vep en formato de serie de ocho episodios para una popular plataforma de streaming. Se está emitiendo actualmente y quizás habrá que volver sobre ella más adelante cuando haya concluido pero, de momento, esta Irma Vep 2.0 nos interesa porque propone un arco temporal más amplio que The Black Phone: establece, como su predecesora, un diálogo desde el presente con Les Vampires (Louis Feuillade), que se remonta a 1915-1916 y que ya era una serie en pleno cine mudo y en plena Primera Guerra Mundial, mucho antes de que existiera la televisión y ya no digamos internet.

Assayas se va tan lejos en el tiempo para observar las raíces no sólo del fantástico en general sino de los blockbusters de hoy en día. Así, la felina presencia de Musidora en Les Vampires se nos presenta como un claro precedente de las acróbatas digitalizadas como la Viuda Negra que encarna Scarlett Johansson embutida en un mono ceñidísimo igual que el de Musidora o el de Maggie Cheung y Alicia Vikander, las tres Irma Vep de Feuillade y Assayas. Esa comunicación secreta entre la juventud del cinematógrafo y un presente lleno de realidades virtuales y serializaciones -algo en lo que el cineasta ya incidía en Clouds of Sils Maria– sirve a Assayas para interrogarse sobre la continuidad del cine hoy en día, o para plantearlo como una energía imparable que sigue y sigue a pesar de todo. Precisamente, el cine de Assayas parece impelido por una energía asilvestrada, una fuerza natural que empuja el relato, que mueve esa cámara inquieta que caracteriza todo su cine. Quizás por eso las películas del cineasta francés no desfallecen como The Black Phone y tantas otras: porque parecen brotar de una pulsión apasionada y personal, una curiosidad que no las lleva a cerrarse sobre sí mismas sino a lo contrario, a expandirse cada vez más.

Al cine fantástico, en fin, le sienta bien una voz autoral. Es decir, no es que el cine comercial sea malo y el cine de autor sea bueno, sin más matices; se trata más bien de que Assayas, emprendiendo a su manera proyectos marcadamente personales, nos muestra que el cine se encuentra consigo mismo cuando fluye con libertad, rompiendo si es necesario sus propias paredes y desbordando géneros, convenciones, expectativas. La misma libertad que adquiere un cuerpo introducido en el traje de Irma Vep y recorriendo estancias en secreto o los tejados del París de hoy, por encima de la mundanal cotidianidad. Es ahí, en esos gestos de rebeldía, cuando más nítidamente se oyen las voces de los espectros del pasado que nos hablan como los chicos asesinados de The Black Phone o como el fantasma de Personal Shopper, un film de Assayas donde el más allá se comunica también con nosotros a través de un teléfono, en este caso digital y mediante mensajes de texto. El cine, como decíamos, no necesita nostalgia sino un activo contacto entre pasado y futuro, entre los vivos y los muertos.