De poesía y compromiso

Para hablar de Isaki Lacuesta, lo mejor es tirar a la papelera lo que uno había escrito previamente y comenzar de cero. Porque es habitual que cada nuevo proyecto suyo dé un quiebro inesperado, incluso que enmiende lo anterior. Otras veces, su cine vuelve sobre sí mismo y nos sorprende también así. De hecho, Gosar poder nos devuelve a un Lacuesta muy apegado a la huella de Jean-Luc Godard que instintivamente asociamos con una etapa más temprana de su obra (¿y por qué?, me pregunto ahora, echando un vistazo a su filmografía). La película parte de la filmación de un espectáculo poético celebrado en Barcelona el año pasado para conmemorar el quincuagésimo aniversario de un recital de poesía en catalán que, en 1970, juntó en el Price -un ring de boxeo- a la plana mayor de los rapsodas de la época y devino paralelamente en un sonado acto antifranquista, con la sala llena a rebosar de espectadores que gritaban “llibertat, llibertat” entre poema y poema. Pero hay que prestar atención a otra efeméride, pues el año pasado se cumplió también el cincuentenario de Poetes catalans, el film documental y militante de Pere Portabella que recoge momentos escogidos de aquel recital.

Lacuesta es probablemente un aplicado discípulo de Portabella, cineasta que siempre ha simultaneado títulos más accesibles como Poetes catalans con osadas exploraciones fuera de los límites del lenguaje cinematográfico, donde las formas campan libres mostrándonos otras cosas. Algo hay de eso en Gosar poder pero, como decíamos, la nueva realización de Lacuesta tiene más bien la respiración de una película de Godard. Film sustentado sobre los efectos del roce entre las imágenes y los sonidos, rehúye rabiosamente toda posición vicaria de cualquiera de los dos elementos, a la manera del director de À bout de souffle: nunca las imágenes son usadas para ilustrar los poemas, nunca la palabra es usada para subrayar lo que vemos. O tal vez sí, un poquito y a ratos, lo justo para que el efecto se rompa al instante y nos deje desconcertados, muy godardianamente. De hecho, a veces hay incluso vistosas asincronías, trampantojos que cuestionan traviesamente lo que vemos, como en la revolucionaria Les Photos d’Alix de Jean Eustache.

Lacuesta parece decirnos que el poder del cine no reside tanto en una combinación armónica entre la imagen y el sonido como en lo contrario, es decir, en esos décalages que rompen con la lógica causal que asimilamos al mecanismo de un lenguaje desde que el cine es cine. Un cierto extrañamiento de la gramática que se incorpora incluso al título del film, encadenamiento poco natural de dos infinitivos –gosar poder, atreverse a poder- que Lacuesta toma prestado del poema que Gabriel Ferrater recitó en el Price frente a la cámara de Portabella. Extrañamiento de la expresión, a la vez, común a la obra de los que considero grandes cineastas de la superposición, Godard y Apichatpong Weerasethakul, autores que no parecen cifrar el significado de su cine en un sentido lineal o discursivo sino en una profundidad abstracta que no es ni narrativa, ni ensayística. Gosar poder es una celebración del valor poético del cine como tal vez lo sean también, a su manera, Le Livre d’image o la entera filmografía del realizador tailandés.

Oímos muchas poesías en Gosar poder, unas más interesantes que otras, pero no nos despistemos: lo importante es el poema que compone el film, hasta tal punto que toda esa poesía recitada puede ser acaso un mero pretexto, un ruido de fondo como la inagotable verborrea de los personajes de Malmkrog (Cristi Puiu), otro gran experimento formal sustentado sobre un manto de palabras. El compromiso de Lacuesta es con el cine, con su forma, y por eso lo más relevante son las rimas, coincidencias y repeticiones entre imágenes, así como los segmentos en negro que puntean el metraje, elementos todo ellos con los que Gosar poder se dota de un ritmo, decíamos, más poético que ensayístico, narrativo o documental. Pero igual de importante es la textura de la imagen -otro rasgo sumamente godardiano-, las imperfecciones materiales de la película analógica, la fisicidad característica de una filmación casera o simplemente añeja. Lacuesta recrea la textura del pasado y del recuerdo como invitándonos a mantener la noción de que estamos rindiendo homenaje a la película de Portabella y a un evento de 1970, a un pasado con el que nos comunicamos a través de imágenes con un inevitable sabor proustiano.

Hay segmentos más logrados que otros en Gosar poder, por supuesto, detalles más originales frente a otros más rutinarios, pero Lacuesta se mantiene firme en una concepción cinematográfica que bebe de las reminiscencias de Portabella, Godard, Eustache, el cine experimental de los setenta tipo Stan Brakhage y muchas otras fuentes, a la vez que apunta con decisión hacia las nuevas fronteras del cinematógrafo en nuestro aquí y ahora. Como dijo el cineasta al presentar su película en la filmoteca de Barcelona, Poetes catalans parecía en 1970 ir de la poesía a la política mientras que ahora podemos tratar de ir de la política a la poesía… ¿O era al revés? Sea como sea, el compromiso en el cine reside y residirá en la forma y en nuestra relación con ella.

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