Náufragos del tiempo

En un film impecablemente armado como Old, el último largometraje de M. Night Shyamalan, el tramo más inquietante y acaso también el más fascinante es tal vez el principio, esos primeros compases del film en los que nos familiarizamos con los personajes y sus circunstancias antes de que lo fantástico comparezca en pantalla. Una familia estadounidense llega a un hotel de lujo en la costa de algún país tropical; el personal del hotel resulta inquietante de puro obsequioso; un misterio inconcreto rodea al matrimonio y sus hijos lo intuyen con temor; el hijo pequeño es un cerebrito resabiado que pregunta a todo el que se cruza con él quién es y de qué vive; un niño sin amigos, antes de ser reprendido por el gerente del hotel, transmite un alfabeto secreto al pequeño de nuestra familia protagonista; el ataque de epilepsia de una mujer negra interrumpe el desayuno en el comedor del hotel como una premonición funesta y un médico racista se ocupa del caso con mala gaita; un conductor esquivo y displicente se niega a acompañar a los protagonistas hasta la playa, como ese cochero temeroso que deja a Jonathan Harker en un cruce cerca del castillo del conde Drácula… Pero, sobre todo, hay algo extraño e indefinible en el ambiente: sonrisas desasosegantes, miradas penetrantes, una luz dura que todo lo baña y muchos otros detalles, quizás imperceptibles, que convierten lo prosaico y lo cotidiano en la antesala de lo misterioso.

En definitiva, todo anuncia, en ese primer tramo de Old, lo que vendrá a continuación, que será, como siempre chez Shyamalan, un reencuentro con los motivos conocidos del género fantástico vistos desde un ángulo autoconsciente, a ratos irónico pero siempre entusiasta. La historia oscila entre lo que podría ser un largo episodio de The Twilight Zone y una variación de El ángel exterminador de Buñuel: la familia protagonista y la del médico rijoso (obsesionado sin motivo aparente, por cierto, con Missouri, la película de Arthur Penn), un rapero hemofílico y su joven pareja, la mujer epiléptica y su marido enfermero se quedan atrapados por una fuerza abstracta que les impide salir de una playa en la que el envejecimiento de humanos y perros se acelera extraordinariamente. Igual de importante que ese fenómeno fantástico de naturaleza abstracta -como el de The Happening– es el hecho de que la trama reúna a ese grupo heterodoxo, tan sobrevenido como malavenido, como en esas películas de Hitchcock tipo Lifeboat o The Trouble with Harry donde los protagonistas traban conocimiento forzados por un incidente y oscilan entre la colaboración y la desconfianza. Quizás Old es el título de Shyamalan en el que más se hacen notar las reminiscencias hitchcockianas, tanto por la construcción de la trama en torno a esa reunión antinatural de individuos como por el énfasis en los mecanismos del suspense.

De hecho, el cine de Shyamalan es profundamente cinéfilo, o metacinematográfico, o como quieran llamarlo. Parte de nuestra experiencia compartida como espectadores del género fantástico y de suspense y nos hace sentir sus raíces, su germen mismo, que se halla sin duda en esa cotidianidad que, a través de su mirada, nos resulta ya torva, protofantástica. Porque lo fantástico, en un sentido esencial, es la deformación de la normalidad, el extrañamiento de sus parámetros. Y también el suspense surge de la desviación del curso natural de las cosas, como si la observación de una taza de café sobre una mesa contuviera intrínsecamente la premonición de su caída al suelo. Por eso es importante partir de situaciones y tipos en principio normales, y por eso Shyamalan recurre tanto a su muy particular manera de planificar. Si algo llama la atención en el cine de nuestro hombre desde sus orígenes es un modo de encuadrar y de mover la cámara que rehúye las maneras convencionales: primeros planos demasiado cerca del rostro filmado, planos holandeses desde ángulos del todo inesperados, travellings que transmiten una extraña ebriedad, como si la cámara no respondiera a la manera normal de describir las cosas. Y, en esa rara planificación shyamalanesca, destaca a menudo la explotación del vacío, que a veces ocupa la mitad del cuadro o unos segundos inusualmente prolongados. Decíamos al principio que Old es un film muy bien armado: efectivamente, el ritmo narrativo se sostiene con vigor, no sobra ni falta nada, se ve con gusto y ligereza, pero todo eso no quita que existan esos puntos ciegos a los que aludíamos, breves instantes de vacío o silencio en mitad del relato. El propio plano final del film acaba encuadrando el mar en movimiento, sin más, ocupando todo el cuadro desde una toma cenital. Ante una obra tan autoconsciente como la de Shyamalan -que, en un momento de la trama que no revelaremos, vuelve a retratarse a sí mismo como una suerte de demiurgo-, no podemos dejar de reflexionar que el suspense, lo fantástico o incluso el cine en sí consiste precisamente en esa suspensión de la normalidad del espacio y el tiempo. No en vano, lo que sufren los personajes de Old es un enrarecimiento de su experiencia del tiempo, trágicamente desacompasado con la temporalidad natural de nuestro mundo. Como The Village, como Lady in the Water, como tal vez todos los filmes de Shyamalan, Old puede ser un film más o menos perfecto pero contiene, a su manera, un pequeño gran tratado del cine de género de insondable valor.

2 respuestas a “Náufragos del tiempo

Deja un comentario