Todos somo Lumière

Entre otras cosas, Civil War, el nuevo largometraje de Alex Garland, nos muestra la enésima romantización del oficio de fotorreportero de guerra. Incluso los dilemas éticos, el estrés abrasivo, la exigencia de una granítica templanza y demás sinsabores que comporta la cobertura gráfica de un conflicto son representados en tono épico, subrayando el heroico arrojo que se esconde tras el cinismo de unos profesionales curtidos y lenguaraces, como una versión menor de los personajes del cine de Howard Hawks. Y si, a pesar de algunas secuencias apreciables, se trata de un film más bien fallido, no es solamente porque incurra en todos esos lugares comunes sino sobre todo por lo tópico, afectado y definitivamente hortera que resulta su estilo en muchos pasajes, sobre todo en los momentos clave de la trama en los que Garland se pone importantón.

Pero no es de eso de lo que queríamos hablar. Porque el caso es que, unos días después de ver Civil War, la filmoteca de Barcelona proyectó Affronter l’obscurité, el último largometraje en este caso de Jean-Gabriel Périot, que también se conoce como Facing Darkness y como Se souvenir d’une ville. La película nos muestra primero los vídeos realizados por amateurs en Sarajevo durante la guerra de los años noventa, cuando la ciudad vivió largamente bajo el asedio de la artillería y los francotiradores. Y, en la segunda parte del film, Périot entrevista a los autores de esas filmaciones en la actualidad, los cuales, evocando su experiencia de hace treinta años, afirman que se sintieron en cierto sentido como reporteros de guerra sobrevenidos. Pero todo lo que explican dista mucho, obviamente, de la visión romántica y tópica del film de ficción de Garland.

Hay, sí, rasgos ficcionales en algunos de los vídeos que vemos, e incluso uno de los autores explica la articulación de una pequeña puesta en escena para armar mejor la descripción del combate que quería transmitir. Pero a Périot no le interesa tanto la promiscuidad entre documental y ficción como el hecho de la espontaneidad, es decir, el gesto mismo de tomar una cámara y filmar lo que está pasando ahí delante. Périot se pregunta junto a sus entrevistados sobre el porqué de tal gesto pero no nos da una respuesta unívoca. No la necesitamos, de hecho. Lo importante es acercarse a la simple captación de imágenes en estado salvaje, celebrar lo que tiene el amateurismo de acto seminal y tratar así de sentirse cerca del origen de todo. Por tanto, los realizadores espontáneos de Sarajevo no serían tanto reporteros de guerra sobrevenidos como una suerte de nuevos hermanos Lumière que redescubren el valor de las vistas.

Por eso Affronter l’obscurité tiene más puntos en común de lo que puede parecer con Nos défaites, el largometraje en el que Périot hacía que jóvenes de un instituto de la banlieue parisina recitaran textos de películas políticas de los años sesenta y setenta -de Chris Marker, Guy Debord, etc.- y luego explicaran ante la cámara sus nociones sobre la política, los derechos o la idea de revolución. A Périot le atrae el amateurismo, la espontaneidad, las raíces de las cosas. Nos défaites no era cruel con el desconocimiento de los jóvenes parisinos, que efectivamente se hacían un buen lío con algunos conceptos, sino un film bellísimo sobre el redescubrimiento, la voz primigenia, la virginal imperfección de un nuevo comienzo. Tampoco Affronter l’obscurité observa con acidez los evidentes costurones de las filmaciones amateurs de Sarajevo sino que se interroga con genuino interés y complicidad por la experiencia de unas personas que acometieron el gesto espontáneo de grabar desde un compromiso casi instintivo con la función testimonial de las imágenes. Porque el periodismo y el cine son cosas muy diferentes pero sí tienen en común la idea de testimonio, el registro de los hechos.

Affronter l’obscurité, además, nos retrotrae a un momento singular en la historia del audiovisual: en los años noventa, discurría el final del reinado de las imágenes analógicas. Los vecinos de Sarajevo grabaron sus vídeos en formato físico, algo que los diferencia del océano de imágenes digitales que empezó a acumularse con la llegada del siglo XXI, cuando se inició la era del bit, internet y los dispositivos móviles. Ahora, cualquier guerra es registrada en millones de vídeos pergeñados con sus móviles por ciudadanos igual de espontáneos que los bosnios de los noventa. El gesto primigenio, pues, sigue ahí, nos rodea por todas partes. Lo mismo que la naturaleza testimonial de las imágenes y, en algunos casos, también el sentido del compromiso por parte de quien sostiene el teléfono, es decir, la cámara.

Coda: esta semana, después del film de Périot, dio la casualidad de que vi, también en la filmoteca, Brigands, chapitre VII. Se trata de otro largometraje de ficción que firmó Otar Iosseliani en 1996, esto es, inmediatamente después de que acabara la guerra en Bosnia-Herzegovina y el asedio sobre la ciudad de Sarajevo. En la primera parte de la película, Iosseliani filma una ciudad europea en guerra: los francotiradores disparan desde las colinas colindantes, los obuses impactan en plena calle, los ciudadanos intercalan la vida corriente con la participación en la milicia armada que trata de repeler al enemigo. No se nos dice el nombre de la ciudad y lo más probable es que se trate de Tiflis, patria chica de Iosseliani. Pero la referencia es evidente: todo ese pasaje de Brigands, chapitre VII es calcado a las imágenes que vimos de la guerra de Bosnia en los informativos y también en las filmaciones espontáneas que recopila Périot en Affronter l’obscurité. En la película de Iosseliani, no hay reporteros heroicos ni una visión afectada, grave y enfática de la violencia; muy al contrario, el cineasta georgiano es fiel a su estilo y representa la guerra urbana como un escenario cómico a medio camino entre los gags de Jacques Tati y los de Francisco Ibáñez. Irónico y sutil, Iosseliani integra esa parodia de la guerra yugoslava -no por ligera menos amarga- dentro del sólido discurso acerca de los avatares de la historia que recorre todo el film. Brigands, chapitre VII es un triunfo de la ficción, una película que, por así decirlo, halla su propia verdad; lo mismo que Affronter l’obscurité es un triunfo del cine documental. En cambio, experiencias como Civil War tienden a ser aparatosísimos elefantes blancos que no inspiran veracidad sino más bien una fastidiosa sensación de sospecha.

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