Éxtasis y tormento en primer plano

Quizás el estilo es algo tan sutil como un matiz milimétrico en el ángulo y la distancia desde donde se filma el rostro humano. Hay un tipo de primer plano muy característico de David Cronenberg, una toma que parece dotada de una peculiar profundidad de campo: es un efecto muy leve pero el caso es que sentimos como si el rostro filmado se acercara a la cámara estirando el cuello, ganando un volumen inusual sobre el cuadro. En esas tomas, los intérpretes no miran directamente al objetivo pero parecen interpelar a los espectadores con un aire intrigante, como si quisieran compartir un secreto con nosotros. Si en una película de Claire Denis diríamos que la cámara se acerca a los cuerpos, atraída por la piel, en el cine de Cronenberg ocurre lo contrario, es decir, son los cuerpos los que se echan sobre la cámara, acercándose a nosotros sugerentemente. Hay varios planos de ese tipo en Crimes of the Future, el último largometraje de Cronenberg. SIGUE LEYENDO EN http://cinentransit.com/crimenes-del-futuro/

Lo fantástico y la carne

Por muy extraño que pueda parecer en un primer vistazo un largometraje como Crimes of the Future (David Cronenberg), es en el fondo una película fiel a uno de los rasgos esenciales del género fantástico: todo lo que vemos es en realidad una deformación de nuestro aquí y ahora. La monstruosidad, la anticipación futurista o la ruptura de las leyes naturales no son más que hipérboles que expresan miedos y obsesiones de hoy, una mirada inquieta sobre nosotros mismos. Y en Crimes of the Future podemos, prestando algo de atención, reconocer sin problemas la sociedad de estos turbulentos años veinte que atravesamos.

Esos seres que desfiguran sus cuerpos en el film aplicándose radicales cirugías, ortopedias y mutaciones están modificando su humanidad en contacto con tecnologías adictivas y deleitosas igual que nosotros, gentes del 2022 que diluimos nuestras vidas en el abismo de la red, conectados permanentemente a través del móvil y otros gagdets y sosteniendo a través de las pantallas una existencia paralela en la que proyectamos fantasías, fobias, insatisfacciones. Obsérvese que los personajes no sólo quieren mutar sino, además, ser estrellas de la mutación, esto es, protagonizar espectáculos quirúrgicos que se nos presentan como una suerte de ritos paganos o elementales representaciones teatrales en misteriosos templos umbríos; en definitiva, la sobreexposición pornográfica y ególatra del ser que vemos todos los días en las redes sociales, transfigurada aquí en una morbosa ceremonia. Y, de las metamorfosis que sufren los personajes del film, surgen órganos imposibles, vísceras que generan tatuajes espontáneos con mensajes secretos como la bruja diseccionada en The Autopsy of Jane Doe (André Øvredal), un sencillo y divertido film de terror de hace unos años con el que Crimes of the Future guarda inesperadas concomitancias.

Todo es profundamente cronenberguiano en el film que nos ocupa, pues los vicios, las adicciones y la carnalidad en las películas del cineasta canadiense siempre han discurrido en paralelo a un cuestionamiento de la realidad. Crimes of the Future podría ser una secuela no declarada de Videodrome, es decir, un film ambientado en una fase mucho más avanzada de la nueva carne; o tal vez un críptico remake de Eastern Promises donde Viggo Mortensen vuelve a encarnar a un turbio agente infiltrado lleno de tatuajes que sobrelleva pesaroso una existencia entre dos realidades paralelas. Porque penetrar en el mal es también abrazarlo, conocer los placeres oscuros que aguardan al otro lado del espejo y sentir cómo zozobran las nociones y los sentidos. Algo que encontramos en todas esas películas sobre la ambigüedad entre el policía y el criminal; siempre hay algo de cine negro chez Cronenberg, una presencia que a veces no resulta muy evidente pero está ahí, en esos relatos de personalidades que se revelan o se transforman, en las dobles vidas como la del personaje encarnado también por Mortensen en A History of Violence. Cronenberg ha encontrado en él una presencia que encarna con precisión algo misteriosamente perverso y muy ligado a la estética de su cine. No en un rostro anguloso y fácil de encajar en lo fantasioso como el de, pongamos, un Willem Dafoe, sino en un tipo cuyo aspecto apolíneo contiene una turbiedad insospechada.

Dafoe se ha convertido en una presencia recurrente y en ocasional alter ego en el cine de Abel Ferrara, un realizador muy diferente de Cronenberg en muchos sentidos pero cercano a él en otros, pues buena parte de su filmografía –Zeros and Ones, 4:44 Last Day on Earth, New Rose Hotel…- parece transcurrir en una noche sempiterna poblada de miedo y dolor, quizás la misma noche del final de los tiempos en la que transcurre Crimes of the Future. Como toda la filmografía cronenberguiana, el film recrea en definitiva un hondo e incurable mal de vivre, el malestar insondable que transmite el propio Mortensen en las imágenes finales de A History of Violence o Eastern Promises, la insatisfacción fatídica que atenaza a los amantes abrazados en el suelo en los instantes postreros de Crash. Ese abrazo se repite en Crimes of the Future entre Mortensen y Léa Seydoux, un gesto ansioso de desconsuelo ejecutado por dos cuerpos que no saben si el contacto carnal les alivia o les abisma, seres que se van diluyendo en la adicción y la melancolía.