Small talking

Hong Sango-soo va a la suya. Su cine no necesita mutaciones dramáticas ni aditivos estrafalarios porque representa un sistema autosuficiente en el que caben todas las variaciones, incluso todas las vulneraciones, sin necesidad de salirse del tablero de siempre. Woo-ri-ui-ha-ru (o In Our Day) consiste en la filmación de dos largas tertulias, dos grupos que conversan sobre lo más banal y lo más trascendental alrededor de sendas mesas bien surtidas de alimentos y bebidas espirituosas, como es habitual en sus largometrajes. Y si la estructura de cada uno de ellos nos plantea una adivinanza, aquí el juego consiste en escudriñar el vínculo entre esas dos historias paralelas, que nos es sutilmente sugerido en un diálogo a media película.

Un acercamiento superficial al cine de Hong nos puede hacer pensar que se repite, que siempre hace lo mismo, que todas sus películas son iguales. No obstante, lo que nos transmiten una tras otra es exactamente lo contrario: que las variaciones son inagotables y que siempre hay algo nuevo que descubrir. Hong es cada vez más autoconsciente y sus filmes tienden cada vez más a explicar su filosofía sobre el cine y sobre la vida. In Our Day parece una cima en ese sentido, aunque debemos asumir más bien que es en realidad una pieza más del puzle. Sus tomas son cada vez más largas y parecen incorporar ciertos elementos de espontaneidad e improvisación, aunque sólo sea por detalles como la presencia de un gato, cuyos movimientos y reacciones son obviamente imprevisibles.

Cineasta de la verbosidad al estilo de Rohmer, con el tiempo parece acercarse también a una cierta cadencia que nos recuerda al cine independiente americano tipo Paul Morrissey, esas secuencias de Heat o Flesh en las que, por ejemplo, una pareja charla en una cama durante largos minutos. Algo parecido pasaba en la escena que pasaba en el lecho la pareja protagonista de À bout de souffle; o, por volver al cine americano, hay determinados pasajes del cine de John Cassavetes que parecen prefigurar las películas de Hong, como ese sensacional momento de Husbands que transcurre en la barra de un bar, un instante en el que uno diría que los comediantes están realmente ebrios frente a la cámara. La borrachera y sus movimientos entre pausados y abruptos se ha convertido en una verdadera filosofía de la puesta en escena en el cine de Hong.

Nuestro hombre, en fin, se suma a un empeño colectivo y sempiterno, presente en el cine de autor de todos los tiempos y todas las latitudes, por dejar que las imágenes respiren por sí mismas y nos sorprendan. La inteligencia de su cine reside probablemente en su humildad, en la sencillez con la que Hong aborda el acto de poner la cámara frente al small talking de unos comediantes que habitan el plano con más espontaneidad de lo que parece, moverla apenas cuando cree -y como cree- que es necesario y descubrir cosas con nosotros. El final de In Our Day -considérese esto un relativo spoiler– es tal vez el momento más elocuente de toda su filmografía en cuanto a la mostración de su visión de las cosas: lo que importa en definitiva es disfrutar de los mal llamados pequeños placeres -la brisa en el rostro, echar un trago, comer algo bueno, fumar unos cigarrillos-, abrazar las cosas sencillas porque en ellas se encuentran las respuestas a todas nuestras preguntas.

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