Los límites del control

Hablábamos, a propósito de los Synonymes de Nadav Lapid, de una nerviosidad histérica, una inquietud rabiosa que movía al protagonista del film y que se nos antojaba una plasmación indirecta del estado emocional de Occidente en nuestros días. Pues bien: los Tre piani de Nanni Moretti parecen girar íntegramente en torno a ese estado de enajenación colectiva en el que vivimos. Precisamente Moretti, uno de los grandes cineastas de la neurosis y la depresión, alguien que ha dedicado toda su obra a dar forma cinematográfica a la angustia y la insatisfacción crónica, como si hubiera querido dar continuidad al mal de vivre de las criaturas de Antonioni con otro acento, con una energía espontánea que desborda las paredes del cine moderno italiano del siglo XX.

Si Tre piani nos recuerda especialmente a La stanza del figlio no es sólo porque son sus dos realizaciones de tono más grave sino también porque el dolor de sus personajes tiene como causa y como consecuencia una insana activación de la imaginación. A los diferentes personajes del nuevo largometraje de Moretti, les reconcome la sospecha de un posible abuso sexual imposible de verificar, o les poseen visiones que hacen aflorar frustraciones evidentes e insatisfacciones ocultas. Quizás es la búsqueda de una verdad deseada o de una posverdad, el anhelo de seguridad y control en un tiempo marcado por la incertidumbre. Y, en paralelo, hay otro monstruo interior aún más poderoso que angustia al pequeño grupo de romanos de clase media alta que protagoniza el film, y es la sed de justicia, la idea de que un justo castigo limpiará los pecados de un hermano corrupto, un vecino sospechoso de haber abusado de una menor o un hijo pródigo incapaz de mostrar arrepentimiento (y llamado Andrea, por cierto, como el hijo perdido de La stanza del figlio).

Es por ese sentido purista, equívoco e incluso fanático de la justicia de sus personajes que Tre piani se nos antoja, en cierto sentido, un reflejo de cierto estado de las cosas en el seno de nuestra Europa de hoy, una sociedad cada vez menos cohesionada y más fragmentada en segmentos acotados por la clase social o por la superchería identitaria, grupúsculos que van asumiendo progresivamente valores que nos alejan de la democracia y nos precipitan hacia otra cosa, aún muy difícil de definir: la fascistización silenciosa del siglo XXI es quizás más eficaz que la del siglo XX porque nadie ahora se describiría a sí mismo como fascista, todos se consideran demócratas en defensa de presuntos derechos y libertades inalienables. Moretti, en fin, vuelve a ser un cineasta poderosamente político aunque sea de una manera oblicua y sutil, algo que se expresa entre líneas durante todo el film excepto en un solo instante, la secuencia de un ataque racista a un centro de ayuda social que pone en primer término el desbarajuste ideológico que nos rodea.

¿Empobrece el conjunto esa secuencia, hace que la película descienda a los lodos del discurseo político del peor cine social, o del cine peormente social si se prefiere? No. Para este cronista, es un detalle calculadísimo, articulado en la justa medida para mostrar sin subrayar, para dar a entender sin perorar. Si algo caracteriza a Tre piani y al cine de Moretti en general es un buen gusto y una delicadeza que tal vez no resulten evidentes pero son la clave de la harmonía que nos transmite. La película puede parecer formalmente sencilla pero, en realidad, hay un sentido cinematográfico irreprochable en cómo está todo filmado y, sobre todo, montado: fijémonos en el ritmo narrativo de Tre piani, simplemente impecable. Y pongamos atención también en momentos como las llamadas de Margherita Buy a un contestador automático que arroja sus mensajes al vacío, particularmente la primera de ellas; son escenas muy emocionantes, algo que podría haber sido insoportable y resulta por el contrario sobrecogedoramente delicado.

Como pasaba también en La stanza del figlio, Tre piani podría haber sido una descomunal horterada y no lo es; muy al contrario, se trata de un film que respira un sugerente aire literario -adapta, de hecho, una novela de Eshkol Nevo- y que nos permite reencontrarnos con los mejores acentos del melodrama, uno de los grandes patrimonios de la cultura cinematográfica que atesoramos desde los días del gran cine clásico del siglo XX. Y ésa es tal vez la mayor riqueza de Tre piani: un film como éste sobre el desquiciamiento en el que nos hemos instalado y sobre el poder sanador de la reconciliación podría haber adoptado la forma de uno de esos edificantes y simplificadores arcos dramáticos de los productos más impersonales del Hollywood de hoy, fondo de armario para plataformas de streaming con sobreabundancia de contenido y escasez de variedad. Moretti, por el contrario, plantea una enmienda a todo eso, compone un film lleno de aristas y matices (no hay buenos y malos, la planificación jamás enfatiza nada ni condena a nadie, sabemos e ignoramos en la justa medida, etcétera), y convierte el melodrama en un genial punto de llegada. Algo revolucionario por cuanto alguna vez hemos pensado, por el contrario, que lo clásico es necesariamente un punto de partida hacia lo moderno, categorías que definitivamente merecen ser puestas en cuestión, al menos para calibrar un objeto tan singular como Tre piani.