El cine recuerda sus vidas pasadas

Del cine de los años noventa, un periodo clave en la educación sentimental de quien firma estas líneas, evoco a menudo dos imágenes opuestas. Por una parte, los característicos planos de Abbas Kiarostami desde el interior de un coche que recogen la visión del conductor, es decir, la imagen frontal de lo que va apareciendo por el camino; por otra, el largo plano que abría el Viagem ao princípio do mundo de Manoel de Oliveira, rodado también dentro de un coche pero desde el punto de vista contrario, es decir, mirando el paisaje que se aleja a través de la luna trasera del vehículo. En cierto sentido, ambas tomas parecen encontrarse en Camino incierto, el nuevo largometraje de Pablo García Pérez de Lara. El realizador nos muestra las primeras imágenes que grabó con una cámara de súper 8, viajando en coche a los 17 años, que registran la visión frontal de la carretera y el perfil de su madre conduciendo; y Oliveira comparece él mismo en la película, allá por el 2009 ó 2010, hablando de sus 101 años y de la película que rodó a esa edad, O estranho caso de Angélica.

Pablo García nos sugiere que la motivación o una de las motivaciones que subyace tras su Camino incierto es el hecho de llegar a los cincuenta años, la mitad de los que tenía Oliveira en las imágenes que vemos de él. La edad es una fruslería y no hay que darle demasiada importancia, sí, pero todos pensamos en el paso del tiempo y en las cosas que se van o que envejecen junto a nosotros. Un pensamiento que parece dominar el film de García, relatado en primera persona como una película-diario a lo Chantal Akerman y poblado de recuerdos y de retratos a vuelapluma de personas allegadas de diferentes generaciones. Entre ellas, hay un auténtico coprotagonista que vierte también sus recuerdos y reflexiones en la película: el productor y director Lluís Miñarro, que comparece ante nosotros durante una mudanza en la que deja la antigua sede de Eddie Saeta S.A., su productora, implicada precisamente en O estranho caso de Angélica y en otros proyectos referidos durante el film.

De hecho, Camino incierto nos invita a un inesperado paseo por episodios escogidos del cine de nuestro siglo: además de Oliveira, nos encontramos con Pedro Costa, Apichatpong Weerasethakul o Naomi Kawase, recuperamos pasajes de algunas películas dirigidas por Miñarro (Familystrip, Stella cadente) y por el propio García (Fuente Álamo, la caricia del tiempo, Bolboreta, mariposa, papallona), recordamos también otras felices producciones de Eddie Saeta como El muerto y ser feliz (Javier Rebollo) o Aita (José María de Orbe), y vemos imágenes del proyecto Cinema en curs, una noble iniciativa que estimula el interés por el cinematógrafo entre los jóvenes escolares.

El cine parece pertenecer en Camino incierto al territorio de los recuerdos, es decir, al de las cosas que se alejan. Pero, a la vez, la película transmite el impulso inevitable de filmar, registrar las gentes y los lugares que le acompañan a uno en el tránsito por la vida; y la idea de redescubrir el mundo a través de los ojos de Alicia, la hija del cineasta, o viajando a Perú para asistir a un festival de cine con Miñarro y Pedro Costa. En un momento del film, vemos a ambos paseando por un paupérrimo cementerio de Lima y por las ruinas de Machu Picchu, espacios pertenecientes al reino de los muertos y al tiempo pasado, y pensamos que quizás el cine nos sitúa en un paradójico punto de vista desde el cual miramos la huella de lo que se ha desvanecido a la vez que renovamos constantemente nuestra curiosidad por observar, como quien deambula por un camposanto. Una filosofía del cine que, a grandes rasgos, se puede reconocer precisamente en las obras de Oliveira, Costa, Weerasethakul o Kawase.

Por otra parte, los pasajes de Camino incierto que nos muestran la mudanza en la antigua sede de Eddie Saeta insisten en el motivo del umbral de la puerta, esto es, el punto en el que uno está entrando y saliendo, dentro y fuera, despidiéndose de lo que deja atrás y oteando lo que viene por delante. Es tentador asociar ese sentimiento con el estado actual del cine, doblemente impactado por las mutaciones de la era digital y por esta pandemia que parece exacerbarlo todo. Pero tiendo a pensar que el cinematógrafo siempre se ha encontrado en ese umbral, recordando sus vidas pasadas como el tío Boonmee de Weerasethakul y estrenando una vida nueva como la joven Alicia. En la carretera de Kiarostami que se va abriendo ante nuestros ojos y en la de Oliveira, que se va alejando inexorablemente. No es una película redonda y tiene algunos pasajes algo afectados pero Camino incierto -un título, a la postre, elocuente- nos deja sin estridencias, con voz queda y tono íntimo, algunas cosas que pensar sobre el paso del tiempo y sobre lo que el cine nos muestra al respecto.