El cine y nada más

Entiendo a las personas con las que he hablado y a las que no les gusta el cine de Jonás Trueba. Hay mucha afectación en lo que filma y en cómo lo filma, sí, y los primeros compases de Tenéis que venir a verla pueden ser elocuentes al respecto: mientras el pianista Chano Domínguez interpreta fuera de campo una pieza en el Café Central de Madrid, vemos en primer plano a los cuatro protagonistas escuchando la música y transparentando con viveza las emociones que les provoca. Los ojos vidriosos de Itsaso Arana, la distracción de Vito Sanz, el disfrute ligero y cómplice de Irene Escolar y el esfuerzo desde la distancia de Francesco Carril nos pueden parecer una sobreexposición emocional, incluso un empacho. No obstante, esos primeros cuatro planos del film representan también un inteligente ejercicio autoexplicativo sobre lo que veremos en adelante e incluso sobre la filosofía general del cine de Trueba: asomarse a la vida como es, a la gente en su esplendor y su mediocridad, a una ciudad a la vez excitante y tediosa, a todo lo que está ante nosotros con la misma ironía, humildad y fascinación que su tocayo Jonas Mekas. Y, sobre esa base, componer una película.

Lo que viene inmediatamente después de la actuación de Domínguez es casi un acercamiento de Trueba al espíritu de los Pantomima Full: en Tenéis que venir a verla, el realizador nos sorprende acentuando más que nunca la socarronería respecto a sus criaturas y, como el dúo formado por Alberto Casado y Rober Bodegas, muestra un oído finísimo para el topicazo, el postureo, la hipocresía, los silencios mal gestionados y, en fin, todos los avatares que acompañan a la vida del quedabién de clase media urbana de nuestro tiempo. Estamos en Madrid a finales de 2020, cuando la gente ha vuelto a tomar la calle tras el confinamiento pandémico y las cosas no parecen ser exactamente lo mismo que eran antes de la COVID-19, como si todo hubiera cambiado sutil e inexorablemente. En realidad, el gran cambio que han vivido los protagonistas es que la pareja formada por Escolar y Carril se ha ido a vivir fuera de la ciudad, en un casoplón cerca de la naturaleza y lejos de los neones, los cafés y los amigos. El encuentro evidencia el distanciamiento entre las dos parejas, el desgaste de unas amistades ya viejas rematado por esa mudanza a las afueras; y parece inevitable que la escena acabe con el anuncio de un incipiente embarazo que redondeará la nueva existencia suburbana de los no muy románticos exiliados.

La mordacidad con la que nos es presentado el cuarteto protagonista se prolonga durante la segunda mitad del metraje, cuando Arana y Sanz visitan a sus amigos seis meses después. Trueba retrata con hilarante finura los lugares comunes y el aburrimiento mortal que adornan un paseo en coche por el pueblo, la mostración de un apartamento, los preparativos y la deglución en el jardín de una comida en la que nadie se lo está pasando realmente bien. Pero hay también algo sombrío entre líneas, la obvia amargura que acompaña a esas vidas a media luz y que emerge de vez en cuando. Lo vemos en el diálogo entre Arana y Sanz al llegar a casa de noche tras el encuentro de la primera secuencia o en la mirada de Arana cuando, ya en la sierra, pregunta a Carril si ha hecho amistades en su nueva localidad y la respuesta revela indirectamente insatisfacciones ocultas y heridas abiertas cuya causa no vamos a revelar aquí para no incurrir en spoiler. Si Trueba, con su mirada particularmente vitriólica sobre el grupo protagonista, se ha acercado más que nunca al estilo de su admirado Éric Rohmer, en esos oscuros apartes se aproxima por instantes -sumemos a los antes citados un diálogo entre Escolar y Arana en el que por fin sale el tema que tiene que salir… hasta que les interrumpen los botarates de sus novios- a otros acentos más graves e inesperados como el del cine de Ingmar Bergman, tan penetrante en la representación de la íntima desolación que corroe calladamente las relaciones de pareja y las familiares. Así, todo el episodio de la visita rural oscila entre la luminosa acidez de The Grass is Greener (Stanley Donen) -destaquemos también una impagable partida de pingpong brillantemente improvisada por los cuatro intérpretes- y la amargura confesional de Scener ur ett äktenskap o Höstsonaten, es decir, de Secretos de un matrimonio y Sonata de otoño.

Trueba, en definitiva, no es el ingenuote sensiblero que puede aparentar cuando nos fijamos sólo en la afectación de sus películas, moteadas sin duda de imperfecciones. Es un cineasta emotivo y apasionado, de acuerdo, pero por encima de eso es un cinéfilo empedernido que nos deja escuchar tras sus imágenes el rumor de una cultura acumulada, heredada y apropiada. Y que da continuidad a todo ese acervo haciendo lo único que se puede hacer para que el cine siga adelante: salir y filmar las cosas y la gente, Madrid y los árboles, las hipocresías y los sentimientos más sinceros. La secuencia de la comida al aire libre empieza en modo Pantomima Full pero evoluciona hacia otro tono hasta que Arana acaba leyendo unos pasajes de Has de cambiar tu vida de Peter Sloterdijk, unas líneas en las que el pensador propone algunas ideas para una renovación ecológica y social, incluso para un nuevo comunismo que él renombra extravagantemente coinmunismo. El cine vale la pena si sigue siendo un empeño de valientes ilusos que, como el personaje de Arana, mantienen cierta fe en la transformación, en el futuro, en la capacidad de las imágenes. Aunque haya que empezar por pitorrearnos de todo y rayando el cinismo, como hace Trueba en Tenéis que venir a verla o como hacía Rohmer en sus comedias y proverbios -un bello instante hacia el final del film parece homenajear el clímax final de Le Rayon vert-. O plantando la cámara frente a unos tipos que escuchan una pieza musical, o mostrando un momento íntimo y absurdo como es apartarse del grupo para echar un pis al aire libre y reírse de todo sin motivo aparente. Y, al final, las imágenes cambian de textura y el equipo de filmación comparece ante la cámara -a la manera, como me ha hecho notar Mireia Iniesta, del Kiarostami de Zire darakhatan zeyton y Ta’m e guilass, A.K.A. A través de los olivos y El sabor de las cerezas– porque, al fin y al cabo, de lo que va todo esto es de cine, el cine y nada más.

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