La sociedad de la neurosis o la neurosis de la sociedad

Mireia Iniesta, Lucas Santos

En un momento en que la crónica negra está al alza -y para muestra un botón: ahí tenemos la serie Crims, dirigida por Carles Porta y exportada desde Cataluña al resto de la península a través de Movistar Plus- Carlo Padial, con su olfato habitual, plantea también un programa de crímenes. La diferencia es que en este caso, el contexto es meramente virtual. Presentado por Samantha Hudson y en un formato que aparentemente difiere en mucho de sus otros trabajos, Crímenes online (disponible en ATRESplayer) aborda, con un estilo ágil y desenfadado, temas tan en boga como la cultura de la cancelación, las estafas románticas o el ciberacoso. Y todo ello con un tremendo rigor cronológico y narrativo en cuanto a la reconstrucción de los hechos se refiere. La serie genera a la vez hilaridad y una atmósfera de suspense que mantiene vigorosamente la atención del espectador. 

Padial sigue siendo Padial y, además de apelar a varias teorías chomskianas sobre la relación de los medios de comunicación y las masas en un tono accesible y desenfadado, sigue hablando de neurosis. Si en su anterior serie, Doctor Portuondo, los delirios se forjaban y emergían desde el interior del individuo y apelaban a todo el conjunto de la sociedad, en Crímenes online el delirio es colectivo, apunta y dispara desde el exterior hacia lo más íntimo del individuo. 

Crímenes online nos hace pensar en temas tan arraigados en el cine como la ley del Oeste, esto es, la tendencia de los individuos a tomarse la justicia por su mano prescindiendo de formalidades. La cultura de la cancelación se nos presenta como una actualización en nuestros días de la cultura del linchamiento que, en el western clásico, lleva a multitud de personajes maniatados a colgar de una horca improvisada sobre la rama de un árbol para solaz de una revoltosa turbamulta. Es también la masa enfurecida de las películas de Fritz Lang, ya sea la multitud prefascista de M – Eine Stadt sucht einen Mörder o esos predecesores de Q-Shaman que incendian una comisaría en Fury.

Por eso, Crímenes online es una serie profundamente política que documenta cómo se abren en las redes sociales espacios informales de rebelión que tan pronto pueden ser revolucionarios como reaccionarios: al actuar espontáneamente, la masa digital oscila entre la conquista de una emancipación democrática más allá de la esclerosis política de nuestro tiempo y un terrorífico proceso de fascistización donde no tienen cabida el diálogo, la tolerancia o la simple coexistencia. ¿No es ésa también la contradicción que viven en su seno movimientos igualmente espontáneos y ambiguos como el de los chalecos amarillos en Francia? El signo de los tiempos está poderosamente impreso sobre la serie de Padial.

La posición del cineasta es digna de encomio por dos motivos. Primero, porque observa los hechos tratados en la serie con una frialdad científica, guiado por la curiosidad ante unos fenómenos harto significativos pero sin emitir un juicio moral sobre ellos, o al menos sin hacerlo de manera incisiva y descarada. Y, en segundo lugar, porque el director de Algo muy gordo mantiene la distancia irónica que caracteriza su obra toda. A Padial le fascinan los friquis y es evidente que, por encima de otras consideraciones, Crímenes online es un relato satírico a lo Rabelais en el que nos vamos encontrando con personajes disfrazados de animales antropomórficos, halcones gigantes que fornican con edificios, influencers góticos que se prodigan por magazines televisivos… Y una fantástica conductora de la función, Samantha Hudson, tan informal como inteligente, que no ha sido escogida por azar.

Padial se aviene con un futuro fluido de la creación audiovisual. Es decir, con la idea de que la cultura multipantalla de nuestros días lo ha cambiado todo y está emergiendo una, digamos, poética de la imagen impura, nuevas formulaciones estéticas en las que toda esa hojarasca de píxeles que sobreabunda en las redes sociales juega un papel crucial. O, por decirlo de otra manera, una forma de creación audiovisual que no tiende a reproducir la noble factura de las imágenes cinematográficas, toda esa precisión y ese manierismo que surgen de la concreción de una puesta en escena, sino que se nutre de las imágenes descastadas -feas e imperfectas pero naturales y expresivas- y demás materiales que corren por la red. Lo importante es abrazar esa nueva estética con ironía, con la misma guasa que gasta Padial, que es al fin y al cabo el distanciamiento crítico al que siempre nos ha conducido el cine, clásico o moderno, y que es probablemente el mejor remedio contra la neurosis colectiva.