Bajo la playa, la historia

La vigésimo sexta edición de L’Alternativa, el festival de cine independiente que se ha desarrollado este mes de noviembre en el CCCB, ha estado dedicada al trigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín: el nacimiento del festival y el advenimiento del nuevo desorden mundial son, por tanto, hechos casi coetáneos, separados sólo por un cuatrienio. Por eso, entre otras muchas cosas, las imágenes de L’Alternativa llevan años explicándonos indirectamente sobre quién se cayó el muro. Un certamen que presta tanta atención al cine documental y sus zonas fronterizas refleja inevitablemente todo lo que ha fracasado en la postguerra fría; y todo lo que queda fuera de campo en el modo de representación institucional. En otras palabras, nuestras derrotas: Nos défaites, el último largometraje de Jean-Gabriel Périot, ha sido la gran protagonista del festival por poner la rúbrica final a la retrospectiva dedicada al cineasta francés y por coronarse a la postre con el premio al mejor largometraje internacional. El film parte de una divertida premisa: alumnos de secundaria de un centro de los alrededores de París interpretan frente a la cámara diálogos de La Chinoise o À bientôt j’espère, poemas de Heine y otros textos para, seguidamente, ser interrogados por el director sobre los temas que ellos mismos han tocado y sus nociones sobre la política, el sindicalismo, el comunismo, la revolución… En la vaguedad de sus respuestas y en sus intuiciones acerca de sus propias posibilidades de emancipación social, ya está prácticamente todo dicho sobre el clima ideológico surgido de los cascotes del muro berlinés. A la vez, Périot nos cuestiona a nosotros sobre la pertinencia y la forma de un cine político hoy, cincuenta años después del mayo francés y de las imágenes que surgieron de él. Los adolescentes de Nos défaites dialogan entre líneas con los jóvenes de Une jeunesse allemande, el film del cineasta que geográfica, temporal y políticamente se sitúa a medio camino entre el París de 1968 y el Berlín de 1989.

El final de ese recorrido, el mundo de hoy, está en la hermosa juventud de Nos défaites y también en Shelter: Farewell to Eden. En ella, Enrico Masi filma los espacios donde transcurriría la epopeya de Pepsi, una refugiada transexual en tránsito constante de país en país, pero sin ahondar en la narración, como los espacios desnudos del eclipse antonioniano. El film acaba siendo una especie de versión queer y actualizada de Syriana, aquel largometraje de Stephen Gaghan que ya en 2005 quería describir el tiempo presente a base de retazos. Y, mientras que el tema de la frontera acerca Shelter a las formas del cine documental, el motivo del viaje la acerca al cine de ficción, a la idea de aventura, cuestión que ha sido uno de los campos más fértiles del cine visto este año en L’Alternativa. 4 godine u 10 minuta (Mladen Kovačević) es de facto un film de aventuras armado mediante materiales documentales, lo mismo que Cairo Affaire (Mauro Andrizzi), un oblicuo e irónico film de espionaje que enlaza diferentes intrigas a la manera del Mijaíl Lérmontov de El héroe de nuestro tiempo. Más retranca aún tiene Blockbuster Where a Giant Monster Destroys a Town (Joan Pàmies Lluís, con la colaboración de Lav Díaz como sonidista), que no es lo que su título anuncia sino su esqueleto, su hipótesis, como los Appunti per un’Orestiade africana de Pasolini pero centrándose más en los espacios que en los personajes.

En una línea parecida, Bait (Mark Jenkin) logra una virguería al situar una trama de rencillas entre clanes y un clima de áspera convivencia que nos recuerdan a un western clásico en una localidad de la costa británica de hoy donde la lucha de clases impone un duro conflicto entre las formas tradicionales de vida y de trabajo por un lado y el abrazo de una modernidad mal entendida por el otro. Film acorde también con esa descripción del estado de las cosas de la que hablábamos antes, tiene además la osadía de adoptar la forma de una película de aspiración vanguardista como las de S.M. Eisenstein o su discípulo Orson Welles, esto es, con un expresivo blanco y negro, un inteligente uso del primer plano y un vivaz montaje que vigoriza el film con raccords sorprendentes y un ritmo electrizante. En Bait, la materialidad del cine deviene su verdadero discurso, algo que vemos también en otra de las más destacadas películas de esta 26ª edición de L’Alternativa: Vever (for Barbara), de Deborah Stratman, es una experiencia libérrima situada entre la antropología y el hecho creativo, un film íntimo que nos invita a observar la humanidad con ojos de viajero. La espontaneidad de sus imágenes es análoga a la de Movimiento continuo, donde Mauricio Freyre coincide con el Harun Farocki de Sauerbruch Hutton Architekten en fijarse en el mundo de la arquitectura para indagar indirectamente los mimbres físicos de la imagen cinematográfica.

Ahora bien: si las imágenes de Vever y Movimiento continuo nos hacen pensar en un look muy recurrente del cine de L’Alternativa en ésta y en todas sus ediciones, otros dos filmes han buscado sus materiales en fronteras más inesperadas de la imagen. Padre no nuestro (María Cañas) se sumerge en el abismo de internet para espigar multitud de instantes delirantes de youtubers estrambóticos y profetillas patéticos, haciéndonos pensar en la terrible ceguera que supone en realidad la falsa revelación que trae la sobreabundancia de imágenes de la red. Y La Mer du milieu (Jean-Marc Chapoulie) es una muy imaginativa derivación de la Odisea homérica a partir de las grabaciones de cámaras de seguridad a lo largo y ancho del litoral mediterráneo con el añadido de que, en buena parte del metraje, oímos de fondo cómo el cineasta comenta las imágenes con su hijo mientras las visiona, como si se tratara de una versión más inocente -en el mejor sentido de la palabra- de Où gît votre sourire enfoui?

La Mer du milieu registra a través de sus imágenes recolectadas lo que es el asunto central de toda una columna de filmes que han ocupado un lugar central en el festival: la naturaleza. Para empezar, no puede haber un título más explícito que Erde (Tierra), el largometraje de Nikolaus Geyrhalter que recibió una mención especial del jurado en la sección internacional. Sus planos, de una frontalidad inmóvil digna de Ulrich Seidl, nos hablan del impacto del ser humano en el paisaje y, en paralelo, plantean cómo el cine puede ser, por así decirlo, observacional o intervencionista. Si Erde está en cierto sentido cerca del periodismo, puede decirse lo mismo de Meseta (Juan Palacios, premio al mejor largometraje nacional), a su manera un reportaje sobre la llamada España vacía que, como el film de Geyrhalter, se apoya en las entrevistas y en los retratos de las personas que parecen atesorar, como los pescadores de Bait, una forma más tradicional y más sostenible de existencia en peligro de extinción. En ese sentido, resulta una película cercana también a Swarm Season (Sarah J. Christman, premio Don Quijote al mejor largometraje), donde la vida y la naturaleza de una isla en el Pacífico son captadas con el mismo primitivismo deleitoso con el que Werner Herzog filmó los pozos de petróleo en llamas de Kuwait. Además. la mezcla de ecologismo y humanismo de Swarm Season nos hace pensar en algunas películas de Ermanno Olmi.

Completan esa columna de películas atentas a la observación de la naturaleza dos obras que han representado para este cronista las experiencias más estimulantes del festival. Del volcán de Swarm Season debemos pasar al de De una isla, film de José Luis Guerin realizado en Lanzarote que nos explica la historia de la isla como si nos relatara un mito. Aunque la voz de Guerin nos hace pensar en el Ovidio de las Metamorfosis, él cita una vez más la Historia natural de Plinio el Viejo, que ya había inspirado su instalación La dama de Corinto. Hace tiempo que el director de Tren de sombras tiende hacia el cine mudo, hacia una noción de lo esencial. La dama de Corinto nos proponía un mito con el que fabular el origen atávico del cine, y la bellísima De una isla nos invita a fantasear acerca del surgimiento natural de la idea del cuadro también como impulso generador del cinematógrafo y su estética, así como acerca de la presencia de la memoria invisible bajo las arenas de la imagen cinematográfica, como los restos de intrépidos caballeros y antiguas civilizaciones que descansan bajo la lava petrificada de Lanzarote. Y el relato mítico del origen de todo subyace también bajo las imágenes de Campo (Tiago Hespanha), una divagación de amplio espectro en la que se encuentran citas de Kafka, Pessoa e incluso Yuri Gagarin, las reminiscencias del robo del fuego divino por parte de Prometeo y una reflexión sobre la condición humana y sobre la persistencia de nuestra sempiterna belicosidad. Hespanha filma la naturaleza con una delicadeza digna de Terrence Malick y, en cierto sentido, se permite superar en complejidad y hondura al Stanley Kubrick de 2001: A Space Odyssey. La secuencia de los astrónomos aficionados que observan de noche las estrellas mientras disertan sobre la fragilidad de la Tierra y de nosotros todos queda tal vez como el instante más hermoso y más cálido de todo el cine exhibido este año en el certamen.

En el extremo opuesto a los ambiciosos discursos sobre la naturaleza, la humanidad y todo en general de Erde, Campo o De una isla, se sitúan las películas de L’Alternativa que se han expresado en primera persona y/o han puesto el foco sobre la intimidad, el dolor y la memoria. Ya sea una memoria estrictamente personal, como es el caso de A Typical Morning (Arancha Brandon), ya sea una memoria que entronca con las convulsiones sociales y políticas de nuestra historia reciente, como pasa en Orbainak (Jorge Moneo Quintana, mención especial del jurado como cortometraje internacional) o en La bala de Sandoval (Jean-Jacques Martinod). Por su parte, aunque el sensible ecologismo de Zumiriki (Oskar Alegría, mención especial del jurado del Premio Don Quijote), una suerte de Walden euskaldún, la emparenta con los filmes antes citados, su estructura de diario lo sitúa más cerca de piezas tan personales como Inside Me (Maria Trigo Teixeira) o Bubota (Carlota Bujosa Cortés). Las tres resultan un tanto afectadas y egotistas; por contraste, se nos antoja mucho más acertada e incisiva De nuevo otra vez, el debut en la dirección de Romina Paula. La cineasta nos habla de una crisis personal filmándose a sí misma y a su familia, como le gusta hacer a Valeria Bruni Tedeschi, pero con una autenticidad y un discurso franco y abierto que nos recuerdan más bien al Belmonte de Federico Veiroj. La argentina Paula, el uruguayo Veiroj o la francesa Justine Triet son muestras de un cine que ha recogido con inteligencia y sensibilidad la influencia de un cierto cine americano que parte de Woody Allen y llega hasta Noah Baumbach o Wes Anderson, entre tantos otros.

Porque, en definitiva, de cine americano hay que acabar hablando siempre. Todas esas películas atentas al desorden mundial actual, a la materialidad de las imágenes, al acercamiento entre lo documental y el cine de género, a la contemplación de la naturaleza, a la capacidad ensayística e incluso mitológica del cine y a su valor como voz íntima y personal, todo eso que hemos visto en el festival no resulta un batiburrillo incoherente sino una propuesta de -efectivamente- alternativa frente al tipo de acontecimientos mediáticos que impone la nueva lógica de la industria audiovisual y las redes sociales. Las oleadas de modas pasajeras alrededor de películas y series que, independientemente de su calidad, lo tienen todo ganado de antemano, empequeñecen el cine. En cambio, películas como La Mer du milieu, De nuevo otra vez, Campo, Bait o Nos défaites proponen algo que podríamos llamar una ecología del cinematógrafo, una relación a la vez más rica y más sostenible con las imágenes. Los jóvenes del mayo francés afirmaban que, bajo los adoquines, está la playa. Quizás también bajo los cascotes del muro de Berlín. Y, bajo la playa de Lanzarote, filmada por Guerin en el más bello blanco y negro en De una isla, está sin duda la historia, la(s) historia(s) del cine.

 

 

Sinécdoque, Fellini

José Luis Guerín exhibió este año una instalación titulada La dama de Corinto en el Museo Esteban Vicente de Segovia. En ella, Guerín citaba una frase de la Historia natural de Plinio el Viejo: “Las obras últimas y las obras inacabadas son causa de mayor admiración porque en ellas se puede seguir los pasos del pensamiento del artista a través de las líneas que quedan en el cuadro”. Aunque la frase se refería a la pintura, es obvio que puede perfectamente ser aplicada a otras disciplinas como el cine.

Backlist ha editado la traducción castellana del guion de El viaje de Mastorna, legendario proyecto de Federico Fellini que nunca llegó a ser materializado pero que marcó al autor durante décadas, tal y como él mismo explicó en la introducción a la adaptación al cómic que hizo Milo Manara a partir de sus bocetos: “Es una historia que me ha hecho compañía durante casi treinta años y (…) ha venido a nutrir, con sugestiones que sólo pertenecían a ella, todas las películas que he hecho en su lugar”[i].

Especialmente, muchos rasgos de El viaje de Mastorna pueden ser reconocidos en Toby Dammit (1969), La ciudad de las mujeres (1980) o La voz de la luna (1990), películas de Fellini que podrían inscribirse en lo que constituye casi un subgénero que podríamos llamar el  cine del extravío onírico: films que, como Alicia en el país de las maravillas de Carroll o El castillo de Kafka, describen el itinerario de sus protagonistas por un territorio en el que el transcurso del tiempo, el tránsito de un espacio a otro y la aparición y desaparición de los personajes responden a la ilógica de los sueños. Es el caso de El sanatorio de la clepsidria (1973) de Wojciech J. Has, El unicornio (1975) de Louis Malle, Synechdoche, New York (2008), de Charlie Kaufman o la última de Francis F. Coppola, Twixt (2011), por citar algunos ejemplos.

Guido Mastorna es un violoncelista que vuela a Florencia para participar en un concierto. Su avión realiza un aterrizaje de emergencia en mitad de una ciudad desconocida donde se habla una jerigonza ininteligible, los trenes tienen cuatro pisos y los templos religiosos se alinean uno junto a otro en una larga avenida. Mastorna trata de salir de ahí para retomar su ruta hacia la capital toscana pero no logra más que dar con personajes confusos y fantasmas de su pasado que lo arrastran a hoteles, tascuzas, lupanares, cementerios… Hasta acabar asumiendo que ha muerto y se encuentra en algún tipo de limbo absurdo. Pero también eso será puesto en cuestión más adelante…

Como en los otros extravíos oníricos antes citados, El viaje de Mastorna no es tanto un recorrido por un espacio irreal como una incursión nada inconsciente en la mente y en la memoria de Fellini, uno de los temas mayores del autor de Fellini 8 ½. Toda su filmografía compone una vasta y poliédrica autobiografía, así como un ejercicio magistral de cine en primera persona. Además, se trata de un cineasta que ha hecho una de las más fructíferas aproximaciones al terreno del fantástico entendido en sentido amplio. Es decir, dudosamente podría alguna de sus películas adscribirse al género fantástico, pero muchas explotan una interacción entre la realidad y la fantasía que abre el cine a nuevas exploraciones de la interioridad del alma humana y a un tipo de, digamos, comprensión en la incomprensión, una manera de asomarse a la complejidad de las cosas y, sobre todo, a su misterio.

En el documental Él. Buñuel visto por sus colaboradores, de Carles Prats, Jean-Claude Carrière explica una anécdota sobre el cineasta aragonés que bien vale una pequeña digresión. En un cine de Copenhague, se proyectaba La Vía Láctea (1969), film realizado por Luis Buñuel a partir de un guion escrito por él mismo y Carrière. Un grupo de gitanos extranjeros, que no comprendían la versión original en francés ni los subtítulos en danés, fueron a ver la película durante varios días seguidos, prestando total atención y trayendo cada vez a más gente. El dueño del cine, estupefacto, acabó por invitarles un día a acceder gratuitamente a la sala. Después de ese día, el grupo de gitanos ya no volvió a aparecer. Cuenta Carrière que, cuando él mismo le explicó la historia a Buñuel, éste le dio las gracias y le dijo que nunca más volverían a mencionar ese episodio. ¿Por qué? Porque esa historia contenía algo sumamente valioso que debía ser preservado: verdadero, genuino misterio[ii].

Buñuel y Fellini son, cada uno a su manera, dos grandes cineastas del misterio y de lo onírico situados en las orillas de lo fantástico. Mastorna, cuando es sometido al examen definitivo que le permitirá salir de esa ciudad-purgatorio, se enfrenta a la proyección de toda su vida en una pantalla de cine en la que debe hallar “una imagen auténtica, sin superestructuras, libre de los instintos, no condicionada por el sentimiento” (pág. 170). La imagen elegida por el tribunal corresponde a un instante nimio en la vida de Mastorna en el que, en mitad de un atasco, saca la lengua a un perro que le observa desde el coche de al lado. Los fotogramas que recogen ese momento son recortados, grapados en una cartulina y entregados a Mastorna a modo de visado. Un episodio sin significado aparente es la llave que le abre las puertas. Un misterio puro, un misterio encontrado, como el de los gitanos de Buñuel.

Pero nótese sobre todo que, en un film que trata (que hubiera tratado) sobre los recuerdos y obsesiones de Fellini, el protagonista da con su salvoconducto en el extracto de una película. El hallazgo del misterio llega a través del cinematógrafo: el autor nos muestra así algo que puede considerarse la clave de la película o incluso de toda su obra. Y, además, esa mostración más o menos explícita de los mecanismos internos del film es, no hay duda, uno de los aspectos esenciales del cine de Fellini y su principal aportación a un tipo de modernidad cinematográfica que ha resultado fundamental (no hay más que citar de nuevo el ejemplo de Fellini 8 ½, tal vez la más influyente de sus obras). Por último, que El viaje de Mastorna sea un proyecto inconcluso no hace más que aumentar su interés y su poder de fascinación, tal y como sugería, hace 2.000 años, Plinio el Viejo.


[i] “È una storia che mi ha tenuto compagnia per quasi trent’anni e, come ho detto tante volte, è andata a nutrire, con suggestioni che appartenevano solo a lei, tutti i film che ho fatto al posto suo”. Federico Fellini, Milo Manara: Il viaggio di G. Mastorna detto Fernet. Editori del Grifgo, 1992.

[ii] Puede verse el documental en el pack de DVD Luis Buñuel. La etapa mexicana, editado por Cameo.