Xcèntric 2024 – Motivos, formas, ficciones

El cine es algo así como una selva frondosa y tupida que nos empeñamos en organizar de mil maneras diferentes, todas válidas y todas necesariamente impugnables. Hoy se me ocurre que, entre todo lo que vemos, hay películas -o series, o fragmentos, o textos…- que parecen ocupar un lugar dentro de una ilación imaginaria, un relato o una cartografía del cinematógrafo en la que cada pieza parece estar conectada con las demás de alguna manera. Por el contrario, otras experiencias se nos presentan como si fueran un alto en el camino, una oportunidad para tomar distancia, asumir una perspectiva metalingüística o, simplemente, volver a ideas y sensaciones primigenias, a la esencia misma del acto de mirar imágenes en movimiento. Esa es la impresión que me produce el cine experimental en general y, en particular, las piezas que vemos en el Xcèntric, el programa estable de proyecciones que organiza el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona durante el primer tramo del año. SIGUE LEYENDO EN http://cinentransit.com/xcentric-2024/

Hojas de otoño, cines futuros

Del 10 al 19 de noviembre, L’Alternativa celebrará su trigésima edición. Es decir, el festival de cine independiente de Barcelona empezó más o menos a la vez que mi cinefilia, que floreció en unos años en los que, en plena adolescencia, mi curiosidad empezó a expandirse y me llevó a explorar el canon cinematográfico y el cine de autor del momento con creciente voracidad. Qué importante fue para mí, por ejemplo, un visionado memorable de Leningrad Cowboys Go America cierto día en el cine Casablanca y en compañía, si no recuerdo mal, de mis dos hermanos y mi cuñado. Nos partimos de risa y yo me hice un devoto admirador del estilo de Aki Kaurismäki: esos encuadres precisos, esos densos silencios, esas frases parcas y cortantes… Y, lo más importante, todo ello conjugado con una retranca irresistible.

Precisamente, el último largometraje de Kaurismäki, Kuolleet Lehdet (A.K.A. Fallen Leaves), abrirá el certamen en la proyección inaugural que tendrá lugar el día 10 en la filmoteca. Pero de lo que quería hablarles no es de eso sino de la magnífica cosecha de cortometrajes que se verá en el festival porque, un año más, el arriba firmante ha tenido la suerte de participar en la programación. Creo que se trata de una selección que responde al estilo característico de L’Alternativa, un estilo que refleja con precisión las maneras y los derroteros de un cine que, a lo largo de estos treinta años, se ha mantenido en los márgenes del gran complejo cinematográfico pero en el corazón de cierta inquietud ética y estética.

¿Y qué ha pasado en las tres últimas décadas? La revolución digital ha llevado a nuestros bolsillos aparatos que filman y reproducen con suma facilidad, y hemos acabado viviendo rodeados por un océano de imágenes sin aura, autogestionadas, banales o trascendentales según el caso. Por eso me parece significativo que una buena parte de los cortometrajes que veremos en L’Alternativa gire en torno a motivos íntimos o escenas cotidianas de familias y gente corriente recorridas por el misterio o cargadas de inesperada significación, como es el caso de Buscó a Satanás, encontró la familia (Miguel Ángel Fajardo), Aitana (Marina Aberti), Divlje cvijeće (Karla Crnčević), This Line Connects The Void (Tram Nghiem) o Amanecer (Martina Sáez Savi).

Otros films inciden en motivos parejos pero se van extraviando hacia formas más abstractas en cuanto al montaje y el tratamiento de la imagen, como pasa en Este agosto estuvimos grabando un retrato (Sofía Tudela), Please Make It Work (Daniel Soares), Arriba es abajo (Mariona Domènech), Los nadadores (Charlie López) o El naciente (David Pantaleón, que también traerá su largometraje Un volcán habitado, codirigido con José Víctor Fuentes). De hecho, habrá en L’Alternativa varios cortos de animación que recorren con inteligencia la senda de la radicalidad y la abstracción: ahí están Beautiful figures (Soetkin Verstegen), Heliotrope (Janie Geiser), Mini-mini-pokke no okina niwa de (Yoko Yuki) y Ce qui bouge est vivant (Noémie Marsily).

Lo abstracto, no obstante, no está reñido con lo ensayístico, con la articulación de un discurso, como vemos en Non te vexo (Xacio Baño) o en films abiertamente políticos -aunque cada uno a su manera- como Mother Earth’s Inner Organs (Ana Bravo Pérez), El polvo ya no nubla nuestros ojos (Colectivo Silencio), Dildotectónica (Tomás Paula Marques) o Máxica Neves no Nadal (Víctor Soho). La propia forma de combinar, rimar o confrontar imágenes es un gesto político y revolucionario en Vuelta a Riaño (Miriam Martín), Fred cancelado (Natalia Lucía) o Le Film que vous allez voir (Maxime Martinot). Como lo es también el hecho de comentar ante el espectador lo que estamos viendo, a la manera de Al borde del agua (Iñigo Salaberria y Maria Elorza) o Avitaminosis (Kateryna Ruzhyna).

Aunque, si la política implica una meditación constante sobre el futuro que queremos, no hay nada más político que acercarse a la juventud y darles la palabra, como hacen los autores de Ruinas futuras (Elvira Arbós, Francisco Armenteros, Ran Chen y Carolina Sánchez) y Nos îles (Aliha Thalien), donde la presencia de una roca misteriosa en el litoral nos aproxima inesperadamente al territorio de lo fantástico. Al final, la sombra de Méliès parece recorrer secretamente todo el cine, en el fondo un arte siempre cercano al arcano, al misterio. Y por eso algunos de los cortometrajes del certamen son también variaciones extravagantes e insospechadas sobre los motivos y texturas del género fantástico en sentido amplio: The Secret Garden (Nour Ouayda), Why Are You Image Plus? (Diogo Baldaia), Trouble (Miranda Pennell) y Aqueronte (Manuel Muñoz Rivas).

Todos esos cortometrajes se podrán ver en cinco sesiones tituladas Ascendentes, Atisbos, Despropósitos, Ensoñaciones y Heridas, cinco programas variados y estimulantes que serán proyectados en el auditorio MACBA. En paralelo, habrá también largometrajes, charlas y otras actividades en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, el Maldà, la filmoteca, el Zumzeig y la ECIB. Y, en enero, el festival tendrá continuidad en la red, concretamente en Filmin. L’Alternativa, en suma, es una invitación a disfrutar y a seguir agrandando nuestra curiosidad, como empezó a hacer un servidor hace treinta años. Porque, como decíamos, lo que veremos es efectivamente una alternativa a lo convencional pero, en el fondo, se trata del fenómeno cinematográfico en toda su amplitud, del centro de la cuestión. Quedan formalmente invitados, no se lo pierdan.

El paisaje, el discurso

La actualidad es tan vasta y exigente que quizás no tengamos suficientemente presente el cine de Lisandro Alonso, realizador del que no hemos visto ningún largometraje desde Jauja, fechado en 2014. El cineasta argentino representa una de las voces más excitantes de ese estilo despojado y minimalista tan característico del cine de autor de principios de nuestro siglo: sus películas derivan siempre en el recorrido de un individuo taciturno que penetra en una naturaleza vacía de aventura, un páramo inhóspito y abstracto como uno de esos paisajes de Antonioni. De hecho, el realizador de L’avventura parece ser el padre simbólico de todo ese cine calmo y meditabundo articulado por Alonso y por Albert Serra, por Tsai Ming-liang y por Apichatpong Weerasethakul, por Abbas Kiarostami y Eloy Enciso.

En un cierto sentido, Hlynur Pálmason parece retomar el cine de Alonso donde se quedó, como si su último largometraje partiera de esa Jauja ignota en la que nos dejó el argentino. Se titula Vanskabte land, en danés -también Jauja era un film parcialmente hablado en la lengua de Karen Blixen-, pero los créditos del film nos dan a entender que es igualmente válido Volaða land, su título islandés. La llamaremos por su nombre internacional, Godland, que nos recuerda inevitablemente a Stromboli (Terra di Dio), la película que inauguró la colaboración entre Roberto Rossellini e Ingrid Bergman. De hecho, Godland también nos relata el periplo de un recién llegado a una isla marcada por la actividad volcánica. El joven sacerdote que protagoniza el film viaja a Islandia, sometida durante casi todo el siglo XIX a la corona danesa, con la misión de establecer una parroquia en un rincón remoto de la isla. Y, como Bergman en Stromboli, padece no sólo los rigores del territorio sino la mutua incomprensión con los lugareños, gente ruda e indómita que no siente la menor simpatía por nada ni nadie que llegue del continente.

Pero el joven llega a la isla con otro propósito secundario: viaja con una cámara fotográfica para tomar las primeras imágenes de Islandia y sus habitantes. De hecho, el film se basa en las ocho fotografías que se conservan de una expedición real que tuvo lugar a principios del XIX. Por lo tanto, la misión apostólica del protagonista discurre en paralelo a la aventura de apresar los paisajes y las gentes en el marco de una imagen, fijar una realidad primitiva en un fragmento de tiempo congelado para siempre. Hay algo heroico pero también algo ridículo en el empeño del sacerdote por fotografiar a los nativos en su salsa, de la misma manera que resulta patética su aventurilla temeraria a través de una isla que desconoce, que le supera, que casi le cuesta la vida a las primeras de cambio. El personaje va mostrando claroscuros a medida que la trama avanza, por no decir que nos desvela la franca mezquindad que cohabita con su fragilidad emocional. Y, de alguna manera, Godland se convierte en un bello comentario sobre las contradicciones y ambigüedades de la puesta en escena, esto es, sobre la relación problemática entre la realidad ahí afuera y el discurso de quienes están detrás de la cámara. La tensión entre el cine como misión evangelizadora o como observación expectante.

Puede que esa tensión sea el motivo por el que el cine (moderno) vuelve siempre al cine italiano de mediados del siglo XX: a la desaparición del cuerpo humano en el paisaje de Antonioni, a la derrota del individuo ante la naturaleza en Stromboli. Los italianos nos mostraron que el paisaje no es el fondo tras los personajes ni una grosera metáfora; el espacio es discurso cinematográfico puro, una fuerza que a la vez impone su presencia y acompaña la escritura del cineasta, el dictado de la puesta en escena. Entre todos los recuerdos cinéfilos que conforman el vago entendimiento de quien firma estas líneas, destacan de una manera especial las imágenes del desierto de sal en Greed (Erich von Stroheim), la batalla en una llanura infinita en Aleksandr Nevskiy (Sergei M. Eisenstein), el polvo y las rocas de Fort Apache y de todos los westerns de John Ford; y, por supuesto, los cactus de Zabriskie Point, la figura de Bergman retorciéndose desesperada por la ladera del Stromboli y la tundra encantada de Jauja, con la que parece que nos hayamos reencontrado ahora en la otra punta del mundo, es decir, en las montañas y llanuras islandesas de Godland. Pero también en Re Granchio (Alessio Rigo de Righi, Matteo Zoppis) y en Trenque Lauquen (Laura Citarella), extravíos australes que nos introducen en la que tal vez sea la otra gran cuestión del cine de nuestro tiempo: la infinitud del relato, su profundidad insondable, su exuberancia multiforme. Quizás porque el cine viene siendo desde el principio una inabarcable tierra de Dios en la que se encuentran Lumière y Méliès, la observación y la creación. En cualquier caso, hoy nos fascinan los filmes de cineastas como Citarella o Pálmason que parecen fijarse, cada uno a su manera, en los límites del control.