Las flores del mal

En el capítulo dedicado a Charles Baudelaire de La littérature et le mal, Georges Bataille cita las siguientes palabras de Jean-Paul Sartre: “Para que la libertad sea vertiginosa, debe elegir (…) haber errado infinitamente. Así es como es única en este mundo por completo entregado al bien. (…) Y quien se condena adquiere una soledad que es como la imagen debilitada de la gran soledad del hombre realmente libre. (…) En un cierto sentido, crea”[i].

Una libertad autolesiva parece ciertamente guiar a los personajes de los dos últimos largometrajes de los hermanos Josh y Benny Safdie: a los clochards politoxicómanos de Heaven Knows What y a los rateros en viaje al final de la noche de Good Time. No sólo actúan al margen de la ley y de la sociedad, sino que viven en una constante triquiñuela: eluden a vigilantes y policías, demoran los pagos, se cuelan, timan, embaucan, etc. Estamos ante la versión más radical, sucia y lumpenproletaria de la tradición picaresca. Y, en sus movimientos, parece que esa libertad extrema y desnortada sea un fin en sí mismo, pues no hay un plan claro ni un objetivo preciso en sus andanzas, que (I spoil!) acaban mal, muy mal, entre el suicidio accidental y el regreso a la jaula que representan el círculo habitual de mendigos para la protagonista de Heaven Knows What y la detención del protagonista de Good Time. Tal y como reflexiona Bataille en el mismo capítulo, un poco más adelante: “Creo que el hombre está necesariamente dirigido contra sí mismo y no puede reconocerse, no puede amarse hasta el final si no es el objeto de una condena”[ii].

No importa el objetivo sino el movimiento, el mantenimiento de una rebeldía casi abstracta. La forma de ambos filmes responde a ese mismo impulso. La cámara se pega a menudo a los rostros de los personajes, sigue con rapidez sus movimientos, nos transmite con eficacia el estrés constante en el que viven (y que se autoinfligen, de hecho). No son composiciones harmónicas como tampoco son bellos los seres y los lugares que filman los Safdie. En sus imágenes, la fealdad y una rara belleza conviven de esa manera que conocemos desde los primeros pasos del cine independiente y underground americano. O quizás desde que el neorrealismo pobló el cine italiano de gente pobre y espacios derrelictos, o incluso desde antes. En cualquier caso, tanto Heaven Knows What como Good Time transcurren en el Nueva York de Hi, mom! (Brian De Palma), de Shadows (John Cassavetes) y de Bad Lieutenant (Abel Ferrara). Mucho más que, por cierto, en el Nueva York de Midnight Cowboy, a propósito de la cual, los Safdie parecen hacer un chiste en Heaven Knows What cuando la historia parece que va a concluir con un viaje catártico a Florida, como en el film de John Schlesinger, y los protagonistas literalmente se bajan del bus y se extravían de nuevo.

Ese encuentro entre la fealdad y la belleza, esa particular manera del cinematógrafo de conjugar el fenómeno del realismo a través de sus imágenes, es una de las conquistas históricas de la modernidad que ha llegado hasta nuestros días. Y quienes más y mejor han recogido ese testigo en el cine de este siglo insisten en la expresión de, como decíamos, un estrés contagioso que invade la pantalla y subyuga al espectador. Los pordioseros de Heaven Knows What remiten al protagonista desquiciado de Keane (Lodge Keridan) mucho más que al mendigo por excelencia del cinematógrafo que creó Charles Chaplin, y los atracadores de Good Time recuerdan más a los desactivadores de bombas de The Hurt Locker (Kathryn Bigelow) o a los ciudadanos atrapados de The Mist (Frank Darabont) que a los sofisticados ladrones de un film de Alfred Hitchcock, pongamos por caso. Con la expresión de ese estado de estrés, el cine americano parece transmitirnos algo sobre sí mismo, una voluntad por desdibujar sus perfiles y huir de sus propios encorsetamientos, como si compartiera la rabia de los personajes de los Safdie contra la sociedad e incluso contra sí mismos. Quizás, el cine americano expresa también entre líneas la amargura de una nación que, en lo más íntimo, hoy por hoy, no se gusta a sí misma, consciente de que se degrada sin remedio material y moralmente.

No obstante, en este caso como en todos, no sería correcto ni justo confrontar lo moderno con lo clásico. Como nos explica Bataille a propósito de los poemas de Baudelaire, las flores del mal del cine americano asumen y ensalzan el bosque del bien que ha crecido generosamente desde los orígenes de Hollywood. Y, de hecho, el último rasgo determinante de las películas de los hermanos Safdie es la pervivencia, tras sus bruscas pinceladas y su ritmo feroz, de historias y mitos caros al cinematógrafo más puramente clásico. Bajo Good Time, subyace una película de ladrones de las de siempre, un thriller con planteamiento, nudo y desenlace. Y, bajo Heaven Knows What, habita una historia de amor desesperado, destructivo y tormentoso como los romances de los filmes de Scorsese, pero amor desaforado al fin y al cabo. Los géneros están ahí, nada ha sido anulado. Cineastas como los Safdie sacuden el andamiaje del cine americano pero no lo derruyen, sólo nos devuelven desde una particular y nueva perspectiva la belleza simpar de las luces de la ciudad.

 

 

[i] « Pour que la liberté soit vertigineuse, elle doit choisir… d’avoir infiniment tort. Ainsi est-elle unique, dans cet univers tout entier engagé dans le Bien. (…)  Et celui qui se damne acquiert une solitude qui est comme l’image affaiblie de la grande solitude de l’homme vraiment libre… En un certain sens, il crée ». Bataille, Georges : La littérature et le mal, París (Gallimard. Collection Folio Essais), 1957, págs. 27-28.

[ii] « Je crois que l’homme est nécessairement dressé contre lui-même et qu’il ne peut s’aimer jusqu’au bout, s’il n’est pas l’objet d’une condamnation ». Ibid., pág. 31.