El cine reencontrado

«Longtemps, je me suis couché de bonne heure», dice el celebérrimo arranque de En busca del tiempo perdido: «Mucho tiempo he estado acostándome temprano», palabras que nos introducen de inmediato en un estado de intimidad y evocación personal, un territorio hecho de recuerdos y de sensaciones, la expresión de un yo profundo que nos habla con voz queda y tono confesional como el pensamiento que fluye en nuestro fuero interno. Quizás es eso lo que nos ha quedado tras casi dos años de crisis sanitaria, un largo periodo de confinamiento en el hogar y otras restricciones sobre el contacto social: una voz íntima e informal, en primera persona, que ha impregnado nuestras comunicaciones y nuestras ficciones. Y he pensado a menudo en la novela de Proust mientras seguía la 28ª edición de L’Alternativa, el festival de cine independiente de Barcelona, cuyo cine nos ha hablado recurrentemente con ese tono cercano y en primera persona, como si las películas nos llegaran en forma de evocación desde el recogimiento en el dormitorio, cuando dejamos, ya acostados por la noche, que nuestra mente vague sin rumbo por los recuerdos y las reflexiones. No quiero decir con esto que el cine haya desarrollado algo así como una mutación a causa de lo que ha ocurrido durante los últimos dos años; me refiero en realidad a formas que siempre han estado allí y que ahora parecen cobrar una mayor relevancia o, simplemente, destacan más a los ojos de los que tratamos de escudriñar, título tras título, pistas que nos ayuden a trazar el mapa del cine contemporáneo.

Son, concretamente, películas que han adoptado la forma de un retrato de grupo, un diario personal o una comunicación epistolar. Muchas de ellas, se apoyan en la filmación del entorno familiar, grabaciones caseras y a menudo de estilo puramente amateur. Como la Fantasía de Aitor Merino, que quizás sea menos un retrato familiar que un tratado sobre la fragilidad de las personas y de su presencia en el mundo, un film en cualquier caso desprovisto por completo de los oropeles que acostumbran a acompañar al cine de autor que conmueve por alcanzar tanta autenticidad y tanta delicadeza con tan poca ambición. Una austeridad análoga a la de Esquirlas (Natalia Garayalde), un montaje de filmaciones caseras en las que la historia de la familia de la realizadora entronca con el relato de un episodio histórico, la tragedia de Río Tercero y las corruptelas del ejército argentino que había detrás. En el film, distinguido como mejor largometraje internacional, el recuerdo tiene la textura de las imágenes añejas captadas cámara en mano, gruesos píxeles que distorsionan la visión como teselas de un mosaico confuso. La misma textura que encontramos en bellos cortometrajes familiares como Lumbre (Carolina Mejía Salazar) o Versiones (Claudia Torres); y un recurso característico, en fin, de ese cine-testimonio que, de hecho, tiene todos los años una presencia destacada en L’Alternativa.

Mucho más nítida es la imagen en North by Current (Angelo Madsen Minax), personalísimo retrato de la familia del cineasta al estilo de Alan Berliner que tiene la inteligencia de articular una estructura dinámica e ir dando quiebros que nos hacen replantearnos el sentido de lo que estamos viendo. Relato de una pérdida traumática y de los ambiguos personajes que la rodean, acaba arrojando una visión honesta y vivaz de la América proletaria, amén de proponer una suerte de cine en estado de transfiguración, como Titane (Julia Ducournau) pero con medios más modestos. También transmite un dinamismo contagioso Nous (Alice Diop), un ensayo cuyo tema es tanto Francia como la cineasta que firma la película, un film que salta con habilidad del recuerdo personal a lo ajeno, de la gran historia a la de los individuos, y que nos deja secuencias poderosas y sorprendentes como la de los pandilleros que escuchan La Foule de Édith Piaf en un rincón cualquiera de una banlieue, la misa en la que el sacerdote lee a los feligreses la última voluntad de Louis XVI o la escena de caza cuyos participantes van ataviados como si compusieran una pintura barroca del siglo XVII.

North by Current y Nous son films al aire libre que vagan sin restricciones por diferentes espacios. En cambio, otros títulos del certamen nos han llevado al recogimiento en el interior de una estancia e incluso al estricto confinamiento a causa de la pandemia o de otras vicisitudes, como la ancianita de No quiero más (Alicia Moncholí) o los amantes encarcelados de Imperdonable (Marlén Viñayo), un documental sencillo en concepto pero rico en momentos palpitantes. Por su parte, Casa bonita (Paula Amor) es una genialidad de apenas doce minutos en la que la filmación de una lugareña en alguna aldea de Galicia escribiendo con suma dificultad un anuncio en internet para vender su casa acaba componiendo un irónico film de suspense y una revolucionaria experiencia del tiempo que nos invita a pensar en lo importante que ha sido para la modernidad cinematográfica la contradicción de los ritmos, la resistencia a lo maquinal. Y también transcurren entre las paredes del hogar dos ejercicios de cinefilia manifiesta que se cuentan entre lo mejor del festival. En Querida Chantal, Nicolás Pereda escribe una misiva apócrifa a Chantal Akerman que contiene a su manera todo el espíritu del cine de la directora de Demain on déménage, su capacidad de abstracción y su honda intimidad. Oímos en off el texto de la epístola y vemos el trajín de la hermana de Pereda para acondicionar la casa en la que supuestamente debe alojarse la cineasta belga. El realizador describe a la protagonista, su hermana pintora, como “una mujer visual” que “tiene una predisposición demasiado óptica” y que considera que “el cine impide la mirada”. Y continúa: “Ella dice que el cine supone ponerle un uniforme a un ojo que hasta entonces había ido desnudo”.

Sobre la visión trata justamente The Story of Looking, donde Mark Cousins se filma a sí mismo confinado en su casa de Edimburgo y comparte sus inquietudes ante una inminente operación de cataratas. Su historia de la mirada se despliega guiada por el flujo de sus reflexiones de una manera que nos recuerda más que ningún otro film del certamen al estilo de la Recherche proustiana. Y establece un bello paralelismo entre el encierro domiciliar al que le obliga la pandemia y el confinamiento de las imágenes en nuestra memoria cinéfila. El cine, al fin y al cabo, se compone de recuerdos que atesoramos en nuestro interior; más que ver, recordamos, reconstruimos el mundo con todo lo que ya hemos visto previamente, como nos indica la frase de Ray Charles que abre la película, en la que afirma que desearía volver a ver durante un día para mirar sólo unas pocas cosas porque las otras –el Sol y la Luna, las estrellas y el rostro de su madre- ya las tiene almacenadas en la memoria. Puede que The Story of Looking contenga irregularidades pero Cousins nos deja en ella un estimulante ensayo cinematográfico de cadencia literaria y de tanta riqueza como belleza, una brillante derivación de su The Story of Film: An Odissey.

El estado de las cosas

También El retablo de las maravillas. Apuntes para una película sobre El Quijote (Guillermo G. Peydró) tiene la forma de un diario realizado durante el confinamiento pandémico de 2020. La idea, como indica el título, es similar a la de los Appunti per un’Orestiade africana de Pasolini, esto es, compartir con el espectador las ideas alrededor de un hipotético proyecto sobre la novela de Cervantes. Se nos antoja, a ratos, una película algo relamida pero resulta también harto sugerente por cuanto nos invita a ver en el confinamiento una suerte de metáfora involuntaria sobre la modernidad cinematográfica -el gesto de interrumpir el flujo convencional del cine para detenerse a reflexionar sobre él- o incluso del propio cine como un encapsulamiento del mundo en el marco de la imagen y en un tiempo atrapado. Y, además, El retablo de las maravillas nos introduce en otra dimensión clave del cine de L’Alternativa 2021, que no es otra que la reflexión de naturaleza política sobre el estado de las cosas a nuestro alrededor. Porque estos años de pandemia han acentuado algunos de los aspectos más inquietantes de la sociedad de nuestro tiempo, como esa tramposa contradicción entre libertades y seguridad que parece inspirar buena parte de las ideas y las políticas que van aguando poco a poco las democracias acá y acullá. En ese sentido, All Light, Everywhere (Theo Anthony) resulta un comentario más que pertinente sobre lo que supone la progresiva mecanización de la mirada en nuestro mundo. Anthony parece advertirnos que vamos hacia un ojo-mundo que verá y registrará todo lo que pasa sobre la faz de la Tierra en directo; y nos muestra así cómo la disolución de la democracia está relacionada con el desarrollo de un verdadero poder visual que pone en peligro los derechos civiles y sociales. Resulta interesantísimo, además, comprobar que la historia del cine -es decir, la historia del desarrollo del audiovisual- transcurre en paralelo, con sorprendente sincronía, a la mecanización de la muerte.

La pandemia nos obliga también a plantearnos muchas preguntas sobre el papel del Estado y de la descomunal maquinaria burocrática que lo sustenta. Si Dora Sena (Jorge Caballero Ramos) se pitorrea del poder legislativo como gestión imposible del vacío a través de una mecanización absurda, y si Courtroom 3H (Antonio Méndez Esparza) se centra en el poder judicial filmando unas comparecencias en los juzgados de Florida de una manera muy parecida a la de los filmes de Frederick Wiseman, en City Hall es el propio Wiseman quien documenta vastamente el funcionamiento del poder ejecutivo. Documental de cuatro horas y media de duración sobre los servicios del ayuntamiento de Boston, City Hall habría quizás fascinado a Kafka como reflejo de un leviatán burocrático en el seno del cual la democracia se desarrolla y se oblitera a la vez. Y, sobre todo, nos propone una desafiante forma fílmica en la que los contenidos parecen amontonarse pero, por el contrario, arman un cierto discurso, un relato no por abierto menos tangible.

Ha habido miradas también en dirección opuesta, es decir, sobre la sociedad que gestiona el poder público. Magaluf Ghost Town (Miguel Ángel Blanca) y Reality (David Fidalgo Omil) son reflejos irónicos de la fealdad a nuestro alrededor. El film de Blanca transcurre en el Magaluf del turismo basura y el balconing para relatarnos las desventuras y sueños rotos de los lugareños con un calculado tono ambiguo entre lo documental y la ficción. El de Fidalgo, se pitorrea de los reality shows televisivos parodiándolos con unas sencillísimas imágenes animadas y unas vocecillas descacharrantes; con toda su simpleza, el film supone un logro muy notable. Pero la más atrayente de todas las películas políticas de esta edición de L’Alternativa es el Retour à Reims (Fragments) de Jean-Gabriel Périot, distinguido con el premio Don Quijote. Partiendo del libro homónimo de Didier Eribon, cuyos fragmentos son leídos en off por Adèle Haenel, Périot evoca la historia de su familia y compone con ella una historia de la lucha de clases en el siglo XX francés. En su segunda mitad, el film deviene en un ensayo cinematográfico puro sobre el auge de la extrema derecha entre las clases populares, particularmente sobre la transfiguración de las bases sociales del partido comunista en granero de votos del Front National, ahora llamado Rassemblement National. Pero lo más relevante es que todo ello no es relatado a partir de un montaje de imágenes diversas -hay materiales periodísticos y documentales, y fragmentos de films de Jean Vigo, Maurice Pialat, G.W. Pabst, Godard…- que no son un recurso decorativo ni ilustrativo sino la sustancia misma del discurso, pues en la textura, el sabor y las reminiscencias de esos fragmentos está el sentido profundo de la evocación de Périot. El cineasta francés sigue siendo una voz imprescindible para el planteamiento de un cine militante de nuestros días real, efectivo, vivo, emotivo y bello.

Penetrar en la selva

Hemos empezado hablando de un cine íntimo e incluso confinado. Ahora, debemos tratar un caso aparentemente opuesto: el de los filmes que nos embarcan en un viaje hacia la lejanía, otro de los temas principales de la programación de L’Alternativa 2021. Empezando por Rendir los machos (David Pantaleón), ganadora del premio al mejor largometraje nacional. Dos hermanos cabreros conducen un rebaño por Fuenteventura a través de un paisaje pedregoso que podría ser el desierto de Paris, Texas o el páramo sin fin de Mad Max, un espacio recurrente del cine moderno donde sólo opera un propósito abstracto, el propio gesto cinematográfico de desplegar una ficción, relatar un viaje y abrazar las imágenes sin más. En cambio, el desplazamiento de los jóvenes protagonistas de Telenovela en gris y multicolor (Filip Martinović) es en cierta manera de doble sentido: serbios que se acercan a la cultura y la lengua de España a través de las imágenes televisivas, y una pareja que se desplaza de Barcelona a Bosnia-Herzegovina para esparcir las cenizas de un padre fallecido. Hay un cierto mensaje de fondo contra las disputas identitarias claro y sencillo, pero la estructura del film es rica en vericuetos y en matices, dejando a la postre un muy buen sabor de boca.

Por su parte, dos películas del festival nos han llevado a penetrar en la espesura de la selva, como si fuéramos al encuentro del Kurtz de El corazón de las tinieblas y Apocalypse Now. De hecho, ése es casi literalmente el asunto de Del otro lado (Iván Guarnizo), en la que el cineasta busca al antiguo miembro de las FARC-EP que adoptó el paradójico rol de cuidador de su madre cuando, años atrás, la secuestraron en la selva colombiana. El resultado es una especie de Maixabel documental y mucho más penetrante, un film que entronca con temas antes enunciados a propósito de otros títulos del certamen -el diario, el relato familiar, el cine en primera persona a lo Moretti/Berliner…- y que, como la Fantasía de Aitor Merino, supone un logro honesto y emotivo urdido con mimbres muy sencillos. Y en Ningún río me protexe de min (Carla Andrade), un movimiento de cámara constante va siguiendo a alguien que se adentra en la maleza. Al final, como en 2001: A Space Odyssey, el film se abandona a la pura abstracción, imágenes saturadas de luz con colores cambiantes, y podemos concluir que no hemos asistido a un viaje hacia la naturaleza sino más bien hacia el interior del yo, las profundidades del alma humana.

Igualmente abstracto es el viaje de Dark Light Voyage (Tin Dirdamal, Eva Cadena), premio al mejor largometraje internacional compartido con Esquirlas. Periplo que se desarrolla dentro de un tren no de sombras sino de destellos, la luz oscura que anuncia el título y que nos indica desde el principio que éste no es el desplazamiento hacia un destino final sino hacia el corazón del ser. Dark Light Voyage es uno de los filmes del festival con una hechura más poética, un terreno que han cultivado también cortometrajes tan apreciables como A morte branca do feiticeiro negro (Rodrigo Ribeiro), Os corpos (Eloy Domínguez Serén) o I Have Seen the Fire Ship (Daniel Patrick Murphy). Pero, aunque sea menos evidente, hay algo íntimamente poético en Bicentenario (Pablo Álvarez Mesa), film colombiano sobre el espectro de Simón Bolívar, quizás un discurso benjaminiano sobre las ruinas de la historia contenidas en el seno de las imágenes. En cualquier caso, una brillante indagación sobre la huella invisible de la historia en la que lo ausente es más importante que lo que efectivamente vemos. Algo de lo que también nos habla, aunque sea una película más esquemática, la brasileña Edna (Eryk Rocha), significativamente otro film de América Latina.

Finalmente, de todos los desplazamientos que hemos visto en L’Alternativa 2021, ninguno es más misterioso que las idas y venidas por carreteras nocturnas de los protagonistas de Luces del desierto (Félix Blume), un cortometraje -el mejor de la sección internacional, según el jurado- hecho de oscuridades y de destellos, de apariciones y supercherías, personajes apenas sugeridos y un villorrio encantado en mitad de la nada, iluminado por luces de colores y mefistofélicas humaredas brillantes. Luces del desierto ocupa un lugar importante en el certamen porque completa el panorama general del cine de hoy al introducir un aspecto importantísimo: el roce de lo fantástico, esto es, no el desarrollo del género tal y como lo hemos conocido siempre sino el envenenamiento con gotas de fantástico en otros territorios de la imagen. Porque la de Blume es casi una película sobre criaturas fantásticas y apariciones terroríficas, lo mismo que Lillian Finds the Zombies (Stephen Wardell) es casi un film de zombis. Wardell da con un tono muy fino que combina un esbozo de documental sobre la vida de unos jóvenes americanos corrientes, el making-of de la película que no llegan a realizar esos jóvenes y el germen de un verdadero relato fantástico. Vemos los espacios que podrían ser los de una verdadera persecución por el bosque, un pueblo desierto retratado en una sucesión de planos mudos -América quizás es siempre la promesa de un film fantástico que habita tras lo anodino- y extraños espacios abandonados y ruinosos en mitad de la espesura. Luces del desierto y Lillian Finds the Zombies son a su manera una virguería porque ponen sobre la mesa la posibilidad de algo tan inesperado como podría ser un cine fantástico documental.

Decíamos que todo este cine en tránsito y al aire libre se opone sólo aparentemente al cine recogido, íntimo y confesional referido más arriba. Son en realidad viajes al interior de yo, ensoñaciones fantásticas que entroncan con el duermevela desde el que nos habla Proust en los primeros compases de su novela, o quizás a lo largo de todo el texto, punteado con ese característico fraseo líquido y deleitoso que caracteriza su prosa. Muchas cosas nefastas ha comportado la pandemia de COVID-19; esperemos que, al menos, su efecto sobre nuestra mirada y nuestras ficciones haya tenido algo de provechoso, esto es, que la invitación al ensimismamiento que implica la reclusión y la distancia social nos haya permitido desarrollar y apreciar una formas cinematográficas más digresivas y difusas, sueños alimentados con el humus de imágenes que atesora nuestra memoria, como parece sugerir la historia de la mirada trazada por Mark Cousins. Quizás el cine es algo que ya sucedió y que revivimos todos nosotros cada vez que, acostados bajo las sábanas, cerramos los ojos.